Opina Radio Clarín
En la madrugada de ayer los vecinos del barrio Peñarol oyeron detonaciones. No les llamaron la atención: están acostumbrados, el ruido de las armas de fuego se integró al paisaje sonoro de esa barriada y de otras muchas. Pero esta vez, como tantas otras, no hubo sólo ruido a balazos. Además, las balas hirieron hasta matar. En la esquina de Soria y Aranguá, la policía encontró a un joven de 23 años, acribillado por nueve proyectiles, que dieron en el abdomen, la espalda, el cuello y los antebrazos, con esa crueldad que es típica de las balaceras del submundo del narcotráfico. La crónica de El País consigna que “a pocas cuadras del lugar, por Camino Máximo Santos, funcionan varias bocas de venta de drogas que han sido motivo de varias disputas territoriales, según indicaron residentes de la zona y confirmaron fuentes policiales”. Al mismo tiempo, señala El País que lamentablemente este tipo de crímenes está convirtiéndose en normal, por lo cual “a primera vista no parecía haber ocurrido un homicidio hacía pocas horas”, pero en los vecinos “volvieron a encenderse las alarmas”, ante lo que podría ser el comienzo de una nueva escalada de violencia, que se sumaría a las