En un ataque a balazos a la casa de Malvín Norte donde se criaba, ayer a media tarde mataron a un niño de ocho años.
El tío de ese niño, un joven de 25 años, resultó herido. Los dos fueron llevados al Hospital Pasteur y allí murió la criatura, sin completar la primera infancia.
El hecho ocurrió en la calle Manila esquina Mallorca, cerca de Isla de Gaspar. En el lugar se hallaron más de ocho casquillos de una pistola 9 mm.
Dentro de la crónica policial, esa es la noticia, descarnada y lineal.
En el recuento anual de homicidios, este es, desde ayer, apenas un número más de un tipo de crimen que, por frecuente, se ha hecho costumbre: hoy las balas al voleo pasan inadvertidas y las muertes por revancha se tienen por explicadas antes de investigarlas.
Pero hay otra dimensión a la cual, como personas, no debemos sustraernos: la dimensión del dolor, el drama y la tragedia. Y el asesinato de un niño de apenas ocho años en la modesta casa en que hasta ayer jugaba fue una tragedia para el infante que perdió su vida, es una tragedia para familiares y amiguitos que lo sostenían y es una tragedia para las garantías individuales que dispone la Constitución, cuya vigencia no puede reducirse a llegar tarde a encarcelar a los autores de crímenes ya cometidos.
Un Estado de Derecho con solidez interna y orgullo internacional, como es el nuestro, no puede aceptar que adultos y niños inocentes pierdan sus garantías y caigan heridos y asesinados por hampones y mafiosos. Un Estado de Derecho no puede resignarse.
Por eso, lo primero que necesitamos es defender la sensibilidad pública y afirmar –con serenidad pero también con fuerza- el repudio y la condena moral al crimen organizado, que en el Uruguay ya destruye y mata niños y jóvenes y en países hermanos asesina Fiscales.
A los gobiernos que elegimos en las urnas, cualquiera sea su signo, tenemos que reclamarles cada vez más eficacia contra el crimen organizado.
Y a nuestra conciencia debemos imponerle un alerta permanente, para no incurrir como pueblo en el patético error que es la fuente de las mayores desgracias: bajar los brazos.
Porque callar la conciencia y bajar los brazos ante los horrores es traicionarnos a nosotros mismos.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.