Ayer, en el Estadio Centenario, el Uruguay se reencontró con la victoria al vencer a Brasil por 2 a 0. El marcador fue contundente. Y más rotunda aun fue la diferencia marcada a lo largo del partido.

Las crónicas especializadas elogian a los goleadores Darwin Núñez y Nicolás de la Cruz y los registros repiten en YouTube los estallidos del público que abarrotó nuestro mitológico Centenario.

Los uruguayos revivimos algo de las viejas leyendas, esas que nos anotaron en la lista de campeones del mundo en 1924 en Colombes, en 1928 en Ámsterdam, en 1930 en el Estadio Centenario y en 1950 en el estadio de Maracaná.

De alguna manera, triunfos futbolísticos como el de ayer nos hacen reencontrarnos con nuestra identidad… porque la identidad personal y nacional de nosotros los uruguayos se afianzó y creció con el fútbol:

– el fútbol es pasión igualitaria por encima de cintillos políticos y clases sociales;

– más allá de deplorables incidentes aislados –algunos realmente dramáticos y hasta trágicos-, el fútbol es escuela de respeto y convivencia;

– y por encima de todo, el fútbol es una escuela donde los jugadores y los aficionados y hasta los indiferentes… aprenden a sentir el valor obligatorio –el imperio- de las reglas del juego. Reclamando un faul o discutiendo un penal, de una generación a la otra nos inculcamos todos el valor de las normas y nos entrenamos todos en su exigibilidad… y esa es una escuela muy importante para la enorme proporción de ciudadanos que están llamados a aplicar y vivir la ley sin haberla estudiado.

En ese y en muchos otros sentidos, el fútbol forma parte de nuestra cultura interna y nuestra imagen ante el mundo. Contribuyó a enseñarnos grandeza. Y a esa grandeza no debemos fallarle, no sólo en fútbol sino en los muchos campos en que el Uruguay ha sabido estar en la delantera del Mundo.

Así lo siente y así lo firma Radio Clarín.