La Organización de las Naciones Unidas nació el 24 de octubre de 1945. En esa fecha -de la cual hoy se cumplen 78 años- entró en vigencia la Carta Constitutiva de la ONU, que las cinco grandes potencias y 46 países más habían firmado cuatro meses antes en San Francisco, California.

Recordemos con orgullo: entre los 51 miembros fundadores de la ONU estuvo el Uruguay, siendo Presidente el Dr. Juan José de Amézaga y siendo Canciller el Dr. Eduardo Rodríguez Larreta, cofundador del diario El País y firme defensor de la libertad.

La Carta de San Francisco se suscribió como un inmenso Pacto de Paz destinado a mejorar la condición humana.

Al cumplir hoy 78 años de vigencia, la ONU puede celebrar múltiples logros de sus agencias técnicas –como la FAO, la UNESCO y otras- pero NO puede enorgullecerse de haber cumplido su principal propósito -asegurar la paz- ni de haber detenido atrocidades como las hambrunas y las tragedia migratorias. En eso ha sido penosamente impotente.

La ONU fue fundada por 51 países y hoy la integran 193. Sus conductores políticos en el Consejo de Seguridad -sometido al veto de las grandes potencias- NO pueden felicitarse. Su burocracia ramificada por el mundo entero TAMPOCO puede felicitarse: lleva largas décadas organizando fuerzas de paz de las que participa nuestro Ejército pero   mirando de lejos -y sin hacer nada guerras mayores, como las que hoy azotan a los pueblos de Armenia, Ucrania, Israel y Palestina.

El preámbulo de la Carta de San Francisco abrazó propósitos nítidos y llenos de esperanza, al proclamar que “los pueblos de las Naciones Unidas” estaban “resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida infligió a la Humanidad sufrimientos indecibles” y estaban decididos “a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en 1a dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas”, así como a “crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia” y a  “promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad”.

Finalidades mundiales tan altas no deben archivarse por desuso.

Delinearon un altísimo proyecto de vida, en respuesta heroica a  la mayor catástrofe de la historia.

Los sueños que inspiraron la creación de la ONU merecen volver a levantarse hoy como banderas redentoras de la humanidad.

Es que los ideales valen y merecen respeto y servicio por encima del éxito o el fracaso de los hombres y las instituciones llamados a servirlos.

ASÍ LO SIENTE Y ASÍ LO FIRMA RADIO CLARÍN.