En el contexto de balaceras y crímenes que asuelan a nuestra capital y sus alrededores, la víctima fatal de ayer fue un modesto agente policial.

         Se llamaba Alexis Meireles, tenía 37 años. En la madrugada de la víspera, participó en una inspección de rutina en el barrio Marconi, situado en las cercanías del Hipódromo de Maroñas. Dos balas –aparentemente disparadas desde una casa- le segaron la vida. El agente Meireles se fue, dejando a su esposa y a sus dos hijos -apenas en edad escolar- patéticamente enfrentados a una tragedia.

         Ya está Alexis Meireles en el historial de mártires de nuestra policía –un historial que viene de muy lejos y no se cierra nunca.

         Ya está en las estadísticas, como un número más de un asesinato más…

         Y ya empezó a apagarse la noticia, que seguramente se borrará de nuestra memoria cuando –dentro de unas horas o dentro de pocos días- nuevos asesinatos vuelvan a ensangrentar la crónica de nuestra vida.

         A la vista de que el crimen se ha hecho rutinario, es legítimo y necesario reclamar más y mejor protección al gobierno, al Ministerio del Interior y a las jerarquías policiales.

         Y a eso debemos agregar que es legítimo y necesario que, antes y más allá del gobierno, recuperemos la capacidad de detenernos a honrar al servidor público que cae en el cumplimiento de su deber, a valorar la existencia irrepetible de esa víctima, a acompañar a sus deudos y a indignarnos todos como corresponde.

         Hizo muy bien el Ministro del Interior en comprometerse a“no descansar hasta encontrar a los asesinos y que paguen en la cárcel», pero hace falta que nosotros –como personas y como ciudadanía, como República y como sociedad- levantemos el espíritu y forjemos un país inspirado en el amor y el respeto al prójimo: un país donde el crimen no pague, ni le dé poder a los matones.

          Una sociología materialista ha ido acostumbrándonos a que todo se acepte como un hecho de la sociedad, con lo cual nos hemos habituado a callar nuestras más nobles indignaciones.

         Viendo a qué nos conduce el silencio ciudadano y viendo cómo hay barrios enteros donde la vida humana no vale nada, se nos impone el deber de restablecer los cimientos morales y espirituales del Derecho, para que día por día proteja el derecho de cada uno en todos los rincones de la República, en vez de llegar tarde a cobrar con cárcel las vidas de inocentes que nada podrá reemplazar ni compensar.

         Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.