El fallecimiento del Dr. Gustavo Mirabal Bentos, Ministro del Tribunal de
Apelaciones de Familia de Primer Turno –acaecido anteayer domingo- priva a
la Justicia de un excelente Magistrado que encarnó la mejor tradición de
nuestro Poder Judicial.
Hacía largo tiempo que el Dr. Mirabal luchaba contra una enfermedad
cruenta. A pesar de ello, su muerte abrupta irrumpió como un fogonazo en la
quietud de la Feria Judicial, sorprendiendo y consternando a todos quienes lo
conocieron y trataron.
El Dr. Mirabal ocupó diversos cargos antes de ser designado Juez
Letrado de Montevideo, donde fue titular en sede Penal antes de asumir como
Juez Letrado de Familia de Duodécimo Turno, puesto desde el cual en el año
2.020 fue ascendido a Ministro de Apelaciones.
En todas las etapas, Mirabal fue un Juez tan profundo como claro.
Estudioso, produjo trabajos doctrinarios sobre el respeto que el Derecho le
debe a la formación progresiva de la autonomía del niño y publicó un Código de
la Niñez y la Adolescencia anotado, donde recogió la experiencia de los
primeros diez años de la promulgación de la ley de setiembre de 2004, que
lleva la firma del Presidente Jorge Batlle.
El Dr. Mirabal fue un excelente Juez, y antes que eso, una personalidad
noble, comprensiva, generosa y afable. Era una prueba viviente de que para
cumplir bien la profesión de Juez –y en general, para cumplir bien la misión de
hombre de Derecho-, primero hay que cumplir lo mejor posible la profesión
universal de persona. Por algo el Maestro Eduardo J. Couture* en sus
Mandamientos proclamaba: “No quieras ser sólo abogado, porque entonces no
serás ni siquiera abogado.”
Bien sabemos que las modas actuales prescinden de esta clase de
meditaciones: nos consta a todos que estas preocupaciones hoy se dejan
afuera de las carreras universitarias, donde los programas persiguen más la
utilidad inmediata que la formación principista. También sabemos todos que
casi no hay crónicas fúnebres que evalúen a los seres nobles que se van de la
vida.
Pero a la vista de los males que derivan de pasar por alto las esencias
morales y espirituales de las grandes profesiones de servicio al prójimo –en
Derecho, en Medicina o en Educación-, entendemos imperioso detenernos a
homenajear a los que se van dejando una estela de amor a la persona
humana.
Es que al Uruguay sólo habrá de salvarlo darse cuenta de todo el bien
que anida en los servidores públicos y privados, que no salen en los diarios ni
pelean el poder, pero cumplen su deber como parte esencial de ellos mismos.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.