Alberto Castillo, mucho más que una voz.
El 23 de julio de 2002, murió Alberto Castillo.
Nacido en Buenos Aires el 7 de diciembre de 1914, Alberto Salvador Delucca Dipaola cantó desde la adolescencia, generando un estilo como solista en la orquesta típica de Ricardo Tanturi, entre 1941 y 1944, con cuyo marco realizó grabaciones de colección.
Médico ginecólogo, saltó al estrellato a partir de 1945. Cantó en radio y televisión. Fue actor protagónico en 15 películas. Actuó en teatros, bailes y tablados. Cantó en las esquinas de ciudades y pueblos de toda la Argentina y todo el Uruguay, e hizo innumerables giras por Chile, Bolivia, Perú, Colombia, Venezuela, y también México, España y Estados Unidos.
Con la hondura de su origen italiano, silabeaba y fraseaba el tango con una personalidad inconfundible. En candombe, llevó a la Argentina y al mundo páginas de Imperio, Yorio y Gavioli, así como de Carámbula, Piedrahita y Silva. Cantó valses, marchas festivas, tonadas chilenas, rancheras mexicanas y pasodobles españoles.
Fue la alegría del Carnaval y la conciencia de que “no habrá ninguna igual, no habrá ninguna, ninguna con tu piel ni con tu voz”. En sus años altos, con la voz engrosada, Castillo grabó junto a los Auténticos Decadentes “Siga el Baile”, de nuestro compatriota Carlos Warren, que hasta hoy suena en las fiestas de todas las generaciones.
Intérprete profundo, fue un explorador de sentidos, fue –y sigue siendo- un registro vivo de sentimientos. Emocionó –y sigue emocionando- multitudes, porque se emocionaba él mismo, anclándose en el alma para la cual la música no es un pasatiempo sino una parte superior de la cultura, que nos modela nuestra identidad.
Al cumplirse hoy 22 años de la muerte de Alberto Castillo, recordamos su presencia en los teatros -18 de Julio, Artigas y Stella d’Italia-, en las noches del Parador del Cerro y en la fonoplatea de General Electric, igual que en las más modestas salas de campaña, a donde Castillo llegó siempre con su vocación de trovador y su auténtico amor por el pueblo.
En una época en que el individualismo multiplica egoístas insensibles, deberemos valorar cada vez más a los grandes que hablan diferente y actúan diferente, pero piensan y sienten con todos.
El estribillo que presidía las actuaciones del inolvidable Castillo iba de la persona a la comunidad.
En la simplicidad de sus palabras, se delineaba como individuo y, a la vez, afirmaba ser parte de un todo. Es que Castillo se sentía realmente parte de su pueblo, en palabra, en voz y en sentimientos.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.