No acostumbrarnos al mal.

Cada vez más los noticieros nos traen ristras de calamidades morales, que ocurren en lugares remotos, en los países vecinos o aquí mismo, en la entrañable entrecasa de nuestro Uruguay.

La guerra de Ucrania con Rusia, alimentada por los vendedores de armas; la permanente tensión en Medio Oriente, convertida en guerra desde el ataque terrorista que, a traición, cometió Hamás contra Israel en el fatídico 8 de octubre del año pasado; las matanzas en rincones específicos del África integran el menú diario de nuestros informativos.

A ello se agregan las crueldades de las dictaduras de Cuba y Nicaragua, la proliferación de feminicidios, la multiplicación exponencial de venganzas atroces en ámbitos sórdidos como el narcotráfico y la corrupción politiquera que, al reaparecer una y otra vez, impide que levanten vuelo nuestros sistemas republicanos.

A todo eso, que ya era insoportable, en la última semana se ha agregado una infamia más: las elecciones de Venezuela, donde Nicolás Maduro fue proclamado ganador sin recuento a la vista, escondiendo las actas que permitan controlar la veracidad del resultado.

Esas actas las han exigido los gobiernos de Europa y América, y las vienen reclamando incluso los partidos afines al supuesto triunfador Maduro.

Y Maduro, en vez de entregarlas -como corresponde a cualquier sistema de garantías electorales- ha vuelto a lanzar su sistema represor, el mismo por el cual proscribió candidatos opositores y encarceló disidentes. Día por día las fuerzas militares y policiales, detienen, balean y matan a quienes reclaman el recuento de los votos.

Con lo de Venezuela, se completa un cuadro diario de horrores, que ante nuestra vista atropella el sueño humanista de libertad, igualdad y fraternidad que inspiró al republicanismo desde fines del siglo XVIII.

Rodeados de atrocidades, nos surge un deber ineludible: no acostumbrarnos, no dar por naturales ni las guerras ni los feminicidios ni los crímenes del narcotráfico ni el fraude mayúsculo perpetrado en la tierra de Simón Bolívar, de Andrés Bello y de Rómulo Gallegos.

Como personas y como nación, los uruguayos tenemos el deber de no resignarnos y no callarnos ante las brutalidades que se suman día por día, en el escenario ancho y ajeno del mundo tanto como en los confines de la comarca nacional.

Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.