La persona vale más que las estadísticas.

      El Ministerio del Interior informó que en el primer semestre del corriente año 2.024 se registraron 11 feminicidios y 21.459 denuncias de violencia doméstica. También comunicó que del total de denuncias, hubo 1.606 que estuvieron vinculadas a delitos sexuales, por lo cual hay que deducir que hubo 19.853 denuncias de violencia a secas, sin que las agresiones tuvieran motivación erótica.

          Las cifras impresionan no sólo por su volumen total sino por el promedio que ponen de manifiesto. Veintiún mil cuatrocientos cincuenta y nueve denuncias en los 182 días que tiene el semestre, implica que en cada día se produjeron 118 denuncias por ataques, malos tratos y amenazas, lo cual significa 5 agresiones por hora: lo cual es afrentoso para un pueblo medianamente educado.

          A su vez, los 11 feminicidios sumados en la primera mitad del año arrojan un promedio de casi dos mujeres asesinadas por mes, una cifra que acentúa la afrenta.

– – – –

          A la misma hora en que el Ministerio del Interior daba a luz los totales de la primera mitad del año, en una modesta vivienda de San Jacinto una señora de 65 años fue asesinada por su pareja, un hombre de 77 años que esgrimió un cuchillo de cocina para degollarla. En el año 2.022, el feminicida había sido denunciado por quien a la postre iba a resultar su víctima fatal, por consecuencia de haber reconstituido la vida en común después que vencieron las medidas transitorias que había dispuesto la Justicia.

           Este horror ocurrido ayer en San Jacinto se constituye en una trágica parábola que nos muestra, en toda crudeza, que las estadísticas de las desgracias son una abstracción para medir cantidades pero no reflejan todo el dolor y toda la miseria moral que se concentra en cada asesinato de una muchacha joven, de una adulta o de una anciana a manos de quien fue su pareja.

          De nada han servido los intentos legales de enmendar las conductas mediante procesos judiciales abreviados. De nada han servido las  prohibiciones perimetrales y de nada han servido las  tobilleras.

          Por eso, es hora de unirnos para combatir la incultura, la ausencia de reflexión y la falta de educación sentimental que ha avanzado en el Uruguay a medida que hemos debilitado las bases de la formación personal que nos distinguió por más de un siglo.

          Esa tarea no puede pedírsele sólo al Ministerio del Interior ni a las autoridades de la enseñanza pública y privada.

          Es una tarea de todo y para todos, ya que hay que prevenir los crímenes en el corazón y la cabeza de cada uno, en vez de mirarlos impávidos en los noticieros.

          Al fin de cuentas, la educación es misión de cada uno de nosotros.

          Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín..