Tuvo alta repercusión internacional el rotundo discurso que pronunció el Embajador de Uruguay ante la OEA, fijando la posición de nuestro país ante la tragedia que vive Venezuela.
El Dr. Washington Abdala elevó los conceptos hasta los límites donde la evidencia se transmuta naturalmente en indignación.
En su discurso destrozó las posiciones tibias. Se preguntó si los 8 millones de venezolanos que salieron de su patria salieron a hacer turismo. Le preguntó derechamente a Nicolás Maduro qué es lo que no entiende del repudio en las urnas. Denunció abiertamente que, con muertos y presos, en Venezuela se ha instalado el terrorismo de Estado.
Muchos periódicos del mundo consideraron que esta intervención del Uruguay en la OEA fue la más rotunda y la mejor.
Debemos estar orgullosos de esa repercusión. Debemos valorar en el Embajador Washington Abdala Remerciari la amplitud con que pasó del lenguaje técnico del Derecho Internacional a la defensa concreta de los derechos humanos. Debemos valorar que haya dejado la refinación del estilo diplomático al idioma que usa el ciudadano de a pie, identificándose personalmente con los principios humanitarios que defendía.
Ese ascenso desde las técnicas y las formas hacia la persona debemos recibirlo como la resurrección del mejor modelo uruguayo de formación individual de los sentimientos y el pensamiento.
En el mundo, y en nuestro propio país, avanzan los colectivos sobre el individuo, se despersonalizan las relaciones y se impersonalizan los procedimientos hasta para comprar leche. Las campañas electorales se encargan a especialistas que venden la propaganda que preparan sin convicciones. Con todo ese cuadro, en el Uruguay y en el mundo la persona se achata y termina silenciada y hasta archivada.
Cuando surgen actitudes como la del Dr. Washington Abdala Remerciari, que discurre unificando su función de Embajador con su trayectoria de demócrata con principios, hay que resaltarlas por encima de partidos.
Al fin de cuentas, el Uruguay hizo lo mejor de su libertad abriéndole camino a divergentes, discrepantes y orejanos que se afirmaban por sí mismos, antes y más allá de las instituciones.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.