Con una tradición de dos tercios de siglo, nuestra emisora es, como bien saben sus oyentes, el reflejo oriental de la sensibilidad de la Cuenca del Plata.
Con ritmos comunes, autores comunes e intérpretes comunes, los uruguayos y los argentinos tenemos un acervo cultural con rasgos propios pero raíces, flores y frutos que también son comunes.
Pero hay una rama de la cultura donde la Argentina y el Uruguay somos realmente diferentes: la cultura política, tanto en los planteamientos partidarios como en la filosofía inspiradora.
En La Nación de ayer, el respetado Carlos Pagni* dijo que “la historia ha tenido ideas raras para la Argentina” y es así como en el duro trance económico actual “colocó en el gobierno a un candidato carente de territorio, de partido y de fuerza parlamentaria”. Con lo cual el Presidente Milei aparece “obligado al experimento de cogobernar con el Congreso”, conciliando con lo que él bautizó como “la maldita casta”. Fue, efectivamente, maldiciendo a todos los protagonistas políticos y repudiando todas las intervenciones del Estado que triunfó, proclamándose “libertario” pero con fuertes rasgos de intolerancia. Llegó al poder a título de demoledor, ofreciendo sacrificios a cambio de la promesa de prosperidad para dentro de décadas. Logró el gobierno para arrancar y empezar de nuevo.
La singularidad de la empresa del Presidente Milei quedó patentizada en el primer mes de gobierno, donde no ha logrado consolidar ni el Decreto de Necesidad y Urgencia ni la “ley ómnibus” con 664 artículos que, en un mismo intento legislativo, busca cambiar la deuda externa, reformar la psiquiatría, vender las empresas públicas y suprimir el sostén a la ciencia, las artes y la cultura. .
La Argentina va así desde el estatismo peronista -que en la era kirchnerista acentuó su corrupción original- hacia un liberalismo económico sin límites. Está, pues, ensayando ir de un extremo al otro.
A los uruguayos nos cuesta entenderlo, porque aquí nos acostumbramos a graduar triunfos y derrotas, discutiendo las ideas para pulirlas, sin convertirlas en armas de guerra. Hace más de un siglo que la Constitución, en la reforma de 1918, reconoció, a la vez, la propiedad privada en convivencia con el patrimonio industrial, comercial y financiero del Estado, estableciendo reglas institucionales que, con variantes, se mantuvieron hasta ahora, sin que se animara a sepultarlas ni siquiera la dictadura.
Gracias a esa cultura histórica, desde 1985 han rotado tres partidos en el gobierno.. Cada uno dio su golpe de timón pero ninguno hizo zozobrar la nave.
Esa diferencia de la Banda Oriental, debemos conservarla para –también en épocas duras- seguir siendo nosotros mismos.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.