En estas horas trascendió que la Justicia Letrada de Atlántida imputa culpa al propietario del residencial “Huellas”, de Salinas, por el incendio ocurrido el 18 de julio, por cuya causa murieron cuatro ancianos que estaban internados sin cuidador responsable a la hora de desatarse el siniestro.

Se dispuso que el dueño cumpla 120 días de prisión preventiva, a la espera de que se complete la carpeta con la cual la Fiscalía deberá concretar la acusación para movilizar el juicio penal correspondiente.

Como se sabe, el fuego comenzó por un cortocircuito de un calefactor, siguió con la explosión de un televisor y se propagó por toda la vivienda. El día del siniestro murió un anciano de 94 años y tres señoras resultaron gravemente heridas. Días después del incendio fallecieron producto de las quemaduras y lesiones sufridas.

Las explicaciones oficiales no faltaron. La Ministra de Salud Pública informó que el residencial había sido inspeccionado tres veces este año, pero que no tenía habilitación de Bomberos. El Ministro de Desarrollo Social declaró que en mayo fiscalizaron el lugar y «no constataron irregularidades».

Más allá de esas puntualizaciones, este incendio con cuatro ancianos muertos pone sobre el tapete un tema humanitario que tenemos sin resolver: la clase de vida que se le da a los ancianos.

Se sabe que la mayor parte de las casas de salud carece de habilitaciones. Se sabe que en los niveles medios y bajos, los ancianos son hacinados sin espacio, con provisiones mínimas y sin alegrías. Y sobre todo, se sabe que es frecuente que los familiares los limiten o los abandonen y los dejen aislados.

El incendio de Salinas y otros siniestros recientes demuestran que el Estado está omiso con la vigilancia de las casas de salud.

Pero el conjunto del trato a la ancianidad evidencia que la sociedad civil –es decir, nosotros todos- estamos en falta con los sentimientos de amor, cariño y respeto que merece el prójimo.

En esto también necesitamos enriquecer las ideas desde las cuales vivimos, para no seguir tratando a los seres humanos como si fuéramos una mercadería descartable.

Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.