En las últimas horas han vuelto a divulgarse cifras sobre la cantidad de mujeres asesinadas en nuestro país.

          Ha vuelto a compararse año con año. Han vuelto a señalarse algunas inflexiones a la baja, entremezcladas con aumentos en las cifras totales, que son lamentables.

          Los números dominan los datos, pero lo realmente lamentable no son los números sino la tragedia que significó cada asesinato pasado y la angustia que provoca cada amenaza y cada riesgo actual, muchas veces encerrados en expedientes por Violencia Doméstica que se arrastran en Juzgados impotentes para detener la ola.

          El Uruguay del amor al prójimo -el Uruguay de “Sean los orientales tan ilustrados como valientes”- tiene la obligación de reconocer que sigue reproduciendo corazones impávidos y mentes turbulentas, incapaces de frenar sus peores instintos.

          Debemos reconocer que no basta ninguna policía para detener el asesinato que se produce en la intimidad de la pareja.

          Debemos enterarnos de que ha fracasado el relativismo moral y han fracasado también las teorías sobre las supuestas causas económicas de la criminalidad.

          Debemos recuperar la certeza de que el verdadero freno a los femicidios y a la violencia en general radica en la calidad de la formación personal que se imparta en las aulas –y más que en las aulas, en la familia, en el trabajo y en la amistad cultivada a fondo.

          No basta sentarnos cada pocos días a pasar revista a los detalles de un crimen nuevo o a mirar en la pantalla ancha cómo nos desgranan nuevas estadísticas sobre tragedias enquistadas en la vida nacional.

          Hace falta volver a infundir sensibilidad y temple en el ánimo de cada niño y cada joven, para que sepa ser compañero noble de la pareja que viene y la pareja que se va… y para que sepa tomar distancia de los ejemplos aberrantes que combinan dinero fácil con atrocidades fáciles también.

          Ante la epidemia delictual, más que las estadísticas hace falta afirmar valores, enseñar caminos limpios y predicar con la palabra y el ejemplo.

          Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.