Avalado por la Organización Mundial de la Salud –la OMS-, el 10 de setiembre de cada año está consagrado como el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, destinado a llamar la atención sobre el tema, reducir el silencio y el estigma y crear conciencia en los gobiernos, las organizaciones y las personas, buscando perfeccionar los métodos para prevenirlo.
En nuestro Uruguay, hasta hace 30 años el suicidio era un tema que no se mencionaba en los medios de difusión. Diarios, radios y televisoras entendían que si se divulgaba un suicidio se corría el riesgo de contagiarlo. El suicidio era un asunto personalísimo, íntimo, sobre el cual regía un constante pacto de silencio que respetábamos todos.
En las últimas décadas, los hechos quebraron el tabú. Del suicidio empezaron a hablar en voz alta los psicólogos, al punto que un gran profesor de filosofía, como fue Mario Silva García, se doctoró en Psicología -dentro de la Universidad Católica Dámaso Antonio Larrañaga- con una tesis titulada precisamente “El Suicidio”.
Después vinieron las estadísticas, las admoniciones y los consejos públicos que hablaron abiertamente del suicidio, hasta convertirlo en tema común. Hoy sabemos que tenemos un promedio nacional que sobrepasa los dos suicidios por día. Y un diario mundialmente acreditado, como es El País de Madrid, ha titulado “La paradoja de Uruguay: en la nación más feliz de Sudamérica, récord de suicidios”, señalando que “una tasa de 23 suicidios cada 100.000 habitantes coloca a Uruguay solo por debajo de Guayana y Surinam, duplicando las cifras a las registradas por accidentes de tránsito”.
Los consejos que imparte la Organización Mundial de la Salud para prevenir el suicidio consisten básicamente en prestar oídos a quienes están en dificultades de vida, dialogar con ellos, seguirlos de cerca y apoyarlos. El lema del año es “Cambiar la narrativa”. A nosotros nos parece que –por lo menos en nuestro Uruguay- para alejar los espíritus de las sombras infernales del suicidio, no basta cambiar la narrativa, pues lo que hace falta es cambiar la actitud. En vez de sembrar la fatiga y la desesperanza, debemos encender focos fuertes de esperanza. En vez de angustiarnos por los males del mundo, debemos batallar por combatirlos. En vez de huir, debemos enfrentar, sabiendo que el sentido de nuestra vida está en la esfera de los valores, que nos siguen convocando incluso después de las mayores desgracias, bajo el mandamiento general de amar al prójimo.
De esa regla no hablan las burocracias ni las conferencias científicas sobre salud mental, pero –en un mundo cargado de atrocidades- nos la grita la conciencia –sabia y común- que nos da nuestra condición humana, antes y más allá de los libros y las instituciones.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.