Debemos sentirnos orgullosos por el prestigio de las instituciones que consagran al Uruguay como ejemplo de Estado de Derecho.
Institucionalmente, somos, de veras, una República regida por los principios y las reglas del Derecho: los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial son independientes entre sí; las instituciones de garantía –Tribunal de lo Contencioso Administrativo, Tribunal de Cuentas, JUTEP, etcétera- son apolíticas: en 40 años el gobierno ha rotado entre partidos que entregaron puntualmente el poder, sin fraudes calidad Maduro y sin asonadas Trump ni bravatas Bolsonaro.
Pero no tenemos derecho a dormirnos en los laureles, por cuanto junto con ser el Uruguay un aplaudido Estado de Derecho, los uruguayos vivimos diariamente salpicados por el mal estado de nuestro Derecho.
Los noticieros de cada jornada nos ensangrientan el alma con crímenes atroces, parte de los cuales se originan en rivalidades por el narcotráfico, mientras otros obedecen a las mismas miserias íntimas que antes llamábamos “crímenes pasionales”, que hoy abarcan no sólo femicidios sino también infanticidios.
Eso es penosamente público y, en diversas versiones, figura en la crónica policial de cada día. Pero fuera de los tormentos sociales que generan los delitos de sangre, venimos soportando que nuestros derechos se vayan limando, descamando y hasta disolviendo.
Sí: el Derecho se nos achica cuando vamos a un Juzgado y el actuario está escondido en su escritorio y no recibe público ni profesionales, cuando el ciudadano tiene que pedir hora para presentar un escrito y cuando la comunicación sólo se hace por correo electrónico y nadie se compromete personalmente con el destino de un expediente.
Y hay un debilitamiento del Derecho en cada destrato, en cada grosería y en cada atropello que, aun sin constituir delito y sin llegar a los Juzgados de Violencia, patentiza falta de respeto y desamor al prójimo.
Largas décadas achatándonos con encuestas sobre lo que ES y lo que SOMOS nos han rebanado la capacidad para elevar nuestra mirada a lo que DEBE SER y elevar nuestros proyectos a lo que DEBEMOS SER.
Esa profunda limitación anímica, o espiritual, hace que nuestro Estado de Derecho rija en las instituciones y los papeles, pero no nos inspire la vida diaria porque le falta la afirmación del ideal humanista de la plenitud de la persona.
Y un Derecho sin el ideal humanista de la plenitud personal es un conjunto de procedimientos y trámites, pero no es el Derecho vivido que necesita un auténtico Estado de Derecho.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.