Los noticieros de cada jornada nos ensangrientan el alma informándonos crímenes atroces.

Buena parte de ellos se originan en rivalidades por el narcotráfico; y otros obedecen a las miserias íntimas que antes se condenaban como “crímenes pasionales” y hoy aterran como femicidios y hasta como infanticidios.

Cada vez que ocurre un hecho policial, el Derecho se moviliza a través de fiscales y jueces que impulsan trámites y decretan castigos que siempre llegan tarde, porque los males de los delitos cometidos permanecen indelebles, porque son irreversibles.

El movimiento diario de la Justicia muestra que el Derecho Penal funciona y demuestra que en nuestro Uruguay el Poder Judicial es honrosamente independiente.

Pero eso no basta para decir que el Derecho funcione bien, ya que el Derecho NO funciona y se suspende en cada rapiña, en cada balacera, en cada asesinato y en cada barrio acosado por delincuentes.

Incluso fuera de las tragedias penales, el Derecho no funciona y retrocede cada vez que una oficina pública repele la presencia del ciudadano, cada vez que promete contestarle por correo electrónico y cada vez que nadie se compromete personalmente con el deber de combatir una injusticia aun cuando el atropello salte a la vista.

El ideal de civilización requiere conciencia, inclinación y hábito de respeto no sólo a las reglas del Derecho sino también a la persona en su concreta gestión de vida. Y en eso, venimos soportando que nuestros derechos se vayan limando, descamando y hasta disolviendo.

En todo eso, nuestro Derecho viene debilitándose, con la ayuda de la miopía materialista y la incitación a la pereza mental que genera el relativismo que le abrió las puertas al narcotráfico.

Hoy, invocando “protocolos”, se limita, se alinea y se despacha a quien sea, desde el anonimato inapelable de los que sólo han sido contratados para atajar y obedecer.

Por si fuera poco, hay otro debilitamiento del Derecho, sutil pero también corrosivo. Es el que se produce en cada destrato, en cada grosería y en cada insolencia que, sin aterrizar en los Juzgados, integra la malla de deshumanización que asfixia a la persona.

El Derecho es la proyección normativa de la persona. Su limitación anímica, o espiritual, hace que nuestro Estado de Derecho rija en las instituciones y los papeles, pero no nos empapa la vida diaria porque le falta la afirmación del ideal humanista.

Y un Derecho sin el ideal humanista de plenitud personal es una ristra de trámites, pero no es la fraternidad palpitante que requiere un auténtico Estado de Derecho.

Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.