Ayer el monolito “El Abrazo de los Pueblos” -emplazado en el Barrio Reus, en la esquina de Arenal Grande e Isla Gorriti- apareció profanado por manos anónimas.
Físicamente, el atentado es de dimensión reducida: es apenas el pintarrajeo con chorros de color rojo.
Pero lo atacado no es de alcance reducido: lo atacado es un símbolo de la gratitud de la inmigración judía que, en tiempos de las persecuciones nazis, encontró paz, ciudadanía y futuro en el Uruguay abierto y liberal de alma.
Dolorosamente, el antisemitismo –en el mundo, y también en el Uruguay- se cuela por las rendijas de ataques simbólicos, se contagia, se expande y desemboca en ataques mayores.
Esos ataques llegan al nivel de crímenes absolutamente injustificables, como el asesinato del comerciante de Paysandú señor David Fremd, que murió a puñaladas que se asestaron por una estricta motivación antijudía, que fue cultivada a partir de frases y pensamientos de apariencia inocua, pero conllevan odio y provocan tragedias personales y colectivas.
El judaísmo es una de las religiones fundadoras del monoteísmo occidental. Sus cultores, y el pueblo que se identifica con ella, integran la fraternidad humana.
Constituido el Estado de Israel por decisión de las Naciones Unidas, ha vivido asediado por toda suerte de conspiraciones de sus vecinos.
Las decisiones que adopta el gobierno del primer ministro Netanyahu son discutidas y condenadas por una parte nada despreciable de la ciudadanía israelí.
En consecuencia, no se debe confundir al gobierno de Israel con el judaísmo ni hay derecho a fomentar la discriminación en nuestro Uruguay, país de hermandad entre las religiones, credos y filosofías.
Eso fuimos en el siglo XX. Y eso debemos seguir siendo, solidarizándonos con el dolor y la condena a la guerra pero no permitiendo que ninguna tragedia histórica nos induzca a ninguna forma de discriminación racista.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.