La sentencia dictada en Nueva York por el Tribunal Arbitral competente condenó al Uruguay a pagar 30 millones de dólares más intereses, a título de daños y perjuicios por el cierre abrupto de PLUNA, dispuesto en el año 2012 por el gobierno que presidía el señor José Mujica.

         El gobierno nacional difundió con satisfacción la condena, que aun liquidada con doce años de intereses resulta la décima parte de lo que demandó la empresa panameña como indemnización.

         Al mismo tiempo, los actores políticos salieron a repasar cuentas y culpas, en un ejercicio muy propio del año electoral que ya empezamos a vivir.

         La realidad es que, como todas las compañías aéreas, PLUNA vivió en zozobra financiera bajo todos los gobiernos. Nacida como un sueño privado con apoyos públicos, convertida en empresa del Estado, tuvo momentos de orden y expansión pero vivió cuerpeando déficits desde los años 70 del siglo pasado.

         De hecho, PLUNA sobrevivió sus últimas décadas  apelando a múltiples bucles jurídicos y asociaciones económico-financieras. Se asoció a Varig, cuando entraba en caída esa empresa brasileña –que en su momento fue emblemática. Entró en negocios con un grupo argentino, que resultó mucho menos solvente que lo que aparentaba.

           Un día, el miedo a que la arrastrase un pleito brasileño contra Varig hizo que PLUNA clausurase su actividad y entrara en liquidación.

         Todo lo que siguió a ese cierre abrupto fue deplorable. Se  apalabró un remate con “el señor de la derecha”. Se otorgó un aval exprés a un español que no tenía ni siquiera residencia.  Hombres públicos de insospechable honradez incurrieron en excesos de poder que les costaron penosos procesamientos. Y mientras Leadgate se convertía en un deplorable recuerdo, el señor Campiani marchó a la cárcel de Cerro Campanero y los aviones Bombardier se devolvían tarde y mal.

         El conjunto de malos recuerdos debe servir como amarga lección para manejar las empresas públicas aplicando principios rigurosos, en vez de dejarse ir con remiendos de corto plazo empujados por ilusionismos políticos.

         En su momento PLUNA formó parte de la identidad nacional.

         Hagamos que para estos tiempos y los que vengan, el recuerdo de los errores cometidos con PLUNA se arraigue y florezca en nosotros como una dura lección de lo que NO hay que hacer con las empresas que, por ser del Estado, nos cuestan y nos duelen a todos.

         Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.