Hoy, 20 de marzo, se celebra el Día Internacional de la Felicidad.
Hace una docena de años –precisamente en el año 2012-, lo estableció la Organización de las Naciones Unidas, la ONU.
En la jungla de Días de lucha, esto de que haya un Día Internacional de la Felicidad suena extraño y hasta parece cachada. Es que saltan enseguida preguntas inevitables: ¿de qué felicidad puede hablar la ONU, con los fracasos que han enterrado buena parte de sus esfuerzos humanitarios ¿Y de qué felicidad puede hablar la humanidad misma, cuando está asediada por guerras, hambrunas, drogadicciones y miserias materiales y morales?
Y sin embargo, el Día Internacional de la felicidad no debe pasar inadvertido. Merece por lo menos una meditación compartida con los seres más inmediatos que cada uno tenga a tiro, porque los temas de la felicidad son individuales e íntimos pero pueden y deben ser compartidos, porque la voluntad de ser feliz está en la base misma del proyecto que es la persona para sí misma y para quienes lo rodean.
Más aun: la voluntad de conseguir la felicidad estuvo en la base de las grandes travesías de los emigrantes que, antes y ahora, cambian de país, de idioma y de costumbres y atraviesan mares y montañas persiguiendo el sueño de vivir mejor, ser más libres o ser más prósperos.
Tan es así que la Declaratoria de la Independencia de los Estados Unidos, el 4 de julio de 1776 proclamó: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados.”
Buscar la felicidad es no sólo una intimidad personal sino también un proyecto interpersonal, colectivo, que está en la base del Estado de Derecho –aun cuando lo sepulten los datos económicos y lo atropellen las noticias trágicas con que nos amargamos todos los días, en el Uruguay y en el mundo.
Pero aun en tiempos duros y amenazados hizo muy bien la ONU en recordar a los pueblos del mundo que la felicidad es una aspiración natural, a la que ninguna persona y ninguna nación puede renunciar sin desfigurarse y desaparecer.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.