En el Uruguay, las elecciones son un hecho de rutina, que hasta 1966 se cumplía cada cuatro años y que a partir de ese año se ejecuta cada cinco años.

Esa rutina sólo la interrumpió la dictadura en el año 1973 y la restituyó el regreso a la libertad que se produjo desde el 1º de marzo de 1985, al recibir el gobierno el Dr. Julio María Sanguinetti.

En una América siempre amenazada y en una época donde hay gobiernos indefendibles -como los de Cuba, Nicaragua y Venezuela-, es un gran bien que para nosotros votar sea normal y que para la ciudadanía entera, la Corte Electoral represente una garantía absoluta de limpidez en el recuento de los votos y en la proclamación de los ganadores.

En los hechos, tenemos una rutina desde la campaña preelectoral hasta el escrutinio y todos los demás procedimientos con los cuales llegan a la Presidencia y al Parlamento los ciudadanos que más votos concitan.

Es, repetimos, un gran bien que votar y saberse respetado sea para el Uruguay una costumbre que se cumple sin sentir, pero para que ese gran bien conserve su valor es necesario que todos sintamos a fondo el valor de cada momento de la vida electoral.

En las viejas y las nuevas generaciones, debemos mantener viva la emoción de participar de una nación donde se respeta escrupulosamente la libertad del discrepante, antes y después de las campañas para juntar votos.

En las viejas y en las nuevas generaciones, debemos cultivar todos los días el respeto por la persona y el ciudadano, por encima de que votemos diferente.

En las viejas y en las nuevas generaciones, tenemos que inculcar la conciencia de que la Constitución nos manda organizarnos como República solidaria, que debe igualar el punto de partida de todos sus hijos y debe distinguir a sus hijos únicamente por sus talentos y sus virtudes.

Si queremos un Uruguay grande y fuerte, debemos devolverle a nuestra democracia su vibración como modo de vida, sin quedarnos sólo en las rutinas de los procedimientos.

Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.