Por largas décadas, en la escuela y el liceo nos enseñaron que las estaciones climáticas cambiaban por trimestres exactos, los días 21 de  marzo, junio, setiembre y diciembre. Así lo enseñaba la maestra, así lo proclamaba el libro de Geografía. Y lo creíamos.

          Desde hace  dos o tres décadas, a medida que la meteorología se convirtió en protagonista de los noticieros de televisión, fuimos enterándonos de que las estaciones cambian alrededor de los días 21, pero con variantes.

          Es así como el Otoño de este año 2.024 no comienza hoy, 21 de marzo: empezó ayer, exactamente seis minutos después de iniciado el miércoles 20 de marzo, minuto preciso del equinoccio de Aries.

          Correlativamente, este Otoño no va a concluir el 21 de junio, como se decía tradicionalmente. Va a terminar el 20, ya que el solsticio de Cáncer ha de producirse a las 17.50 del jueves 20 de junio, y en ese momento comenzará el Invierno en el hemisferio Sur.

          En realidad, el progreso de las mediciones le ha agregado una precisión absoluta a la medición de la hora y el minuto exacto de cada cambio de estación. Pero una cruda paradoja hace que a medida que sabemos cada vez más sobre el instante exquisito en que pasamos de una estación a otra, sabemos cada vez menos sobre las diferencias de clima en las distintas épocas del año.

          El cambio climático nos impone una nueva realidad: los fríos y los calores se hacen extremos, las condiciones  meteorológicas son sabidas hora a hora pero el conjunto va perdiendo nitidez, hasta el punto que en una misma jornada nos toca vivir todos los climas, en una sucesión que no por previsible deja de ser sorprendente.

          Para enfrentar riesgos y facilitar la comunicación, se colorean los grados de alerta, y es así como en las horas recientes hubo alerta rojo en buena parte del territorio nacional.

          Pero el cambio climático –por recalentamiento y otros factores- es de tal magnitud que no basta con el alerta de los meteorólogos para prevenir peligros extremos. Además, hace falta el alerta personal de los ciudadanos, de los vecindarios y de todos los grupos de trabajo, para adquirir una nueva conciencia, capaz de dejar atrás la placidez con que antes nos rotaban las cuatro estaciones del año… y asumir un estado de vigilia constante sobre el hora a hora de un clima del que el hombre sabe cada vez más pero al que controla cada vez menos.

          En definitiva, también sobre el clima estamos llamados a ampliar la conciencia.

          Y ampliar la conciencia para dirigirse mejor es una tarea que la criatura humana empezó hace milenios, y que, por lo visto, no termina por muchos datos que acumule la ciencia.

          Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.