Tras la arrolladora victoria de Donald Trump, mantenemos lo que establecimos en nuestro editorial de ayer: ya fuera que ganase el expresidente Trump o ya fuera que triunfase la vicepresidenta Harris, el ser propio de la Banda Oriental –como enseñó Artigas- no debe depender más que de nosotros mismos.
Por cierto, la figura de Donald Trump tiene múltiples ribetes discutibles: se presenta agresivo, histriónico, capaz de sobornar silencios y de arrasar en las urnas con una oratoria inflamada de arrogancia y fanatismo.
En otros tiempos, un candidato como Trump no habría podido pasar nunca por la puerta de la Casa Blanca. Y si ya llegó una vez, gobernó, se fue a los tumbos armando una asonada y ahora regresa, es porque bajan las exigencias ético-políticas a medida que las campañas electorales imitan cada vez más a los métodos de la farándula.
De hecho, no es sólo en Estados Unidos que se puede instalar un liderazgo populista por encima de contradicciones, insultos y hasta procesos penales. De hecho, lejos y cerca hemos visto el triunfo de tendencias conducidas por candidatos que parecen incombustibles porque se presentan como superhombres porque se atreven a jugar con lo absurdo y lo disparatado.
Más allá del éxito que ojalá tenga Trump en cumplir su promesa de acabar con las guerras que hoy ensangrientan al mundo y más allá del resultado que pueda obtener para la economía de Estados Unidos, es evidente que el futuro de la libertad no debe depender de personalidades que rompen los moldes para destratar a los oponentes.
La vida republicana necesita ciudadanos fuertes en pensar por cuenta propia, capaces de generar líderes con pensamiento esclarecido, capaces de inspirar ideales y sentimientos nobles.
En definitiva, la vida pública de un pueblo amante de la libertad no debe confundirse con un mero mercado en el que todo vale, porque la libertad se cultiva y crece allí donde florece la cultura.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.