Un hombre de 22 años murió acribillado con su beba en brazos. La niña, con apenas dos años de edad, recibió cinco tiros e ingresó al Hospital Pereira Rossell en estado desesperante.
Ocurrió en el barrio Nuevo Ellauri, en la intersección de San Martín y Teniente Rinaldi. El padre iba a un almacén, cuando desde una moto un desconocido le tiroteó sin piedad. Herido por ocho proyectiles, perdió la vida en el acto. Y la hijita, con cinco disparos en el cuerpo, era socorrida por vecinos, espantados por la infamia, mientras la policía recogía 17 casquillos, algunos de los cuales habrían sido hurtados al Ministerio del Interior.
El Hospital Pereira Rossell comunicó que la pequeña está “en situación de extremo riesgo vital por múltiples heridas de arma de fuego”, por lo cual “fue intervenida en la noche del domingo en el block quirúrgico y en la mañana de este lunes por segunda vez en la Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos” y “se mantiene en situación de gravedad extrema, en reanimación continua”,
Desgraciadamente, son cada vez más frecuentes esta clase de episodios, en los cuales, adrede, se disparan ráfagas a mansalva contra mayores y menores indefensos, que al horror del crimen le agregan la salvajada de lesionar o matar niños y hasta bebés, como ocurrió en este caso.
El episodio no debe resbalarnos, porque no es un delito más que se anota como un número frío en una estadística helada. Es la violación flagrante de la principal regla jurídica y moral de la convivencia en paz que nos debemos recíprocamente.
Ante esta clase de aberraciones, el primer deber es no acostumbrarnos, no resignarnos y no callarnos. El primer deber es, sí, alzar la voz para condenarlas, de modo que vuelva a resultarnos claro que hay un límite entre la ley y el delito… y que ese límite no va a borrarlo el acostumbramiento ni va a sepultarlo el silencio.
No es cuestión de buscar explicaciones sociológicas ni disculpas gubernativas.
Es cuestión de sentimientos elementales hacia el prójimo. Y con eso no se juega.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.