El presidente de Austria, Alexander Van der Bellen, acaba de encargar a Herbert Kickl -líder ultraderechista del llamado “Partido de la Libertad”- la tarea de formar gobierno.

Adoptó esa decisión por haber fracasado las negociaciones que intentó con los partidos de centro, que buscaron armonizar a conservadores moderados y socialdemócratas.

En un discurso ante la nación tras una reunión con Kickl, el presidente austriaco recordó que el Partido de la Libertad fue el más votado en las elecciones legislativas de septiembre, y se declaró consciente de que existe en el ánimo público un “cordón sanitario que separa a la ultraderecha de la opinión pública y los partidos que fracasaron en las negociaciones de coalición, asegurando que velará por el respeto del Estado de Derecho.

La formación de un gobierno ultraderechista no sería preocupante si no fuera que en Austria, la palabra “ultraderecha” está ligada a los peores recuerdos del nazismo, el cual en marzo de 1938 se apoderó del Estado austríaco sin encontrar resistencia, en acto que la historia registra como la Anexión o el Anschluss.

El mundo actual tiene dramáticos temas sin resolver. Para encararlos, no es nada bueno que avancen los extremismos, que siembran tensiones y odios en vez de conjuntar voluntades en torno a programas de gestión abiertos a la convivencia republicana.

Con una superficie de sólo 83.882 kilómetros cuadrados –menos de la mitad del Uruguay-Austria es un enclave fundamental de Europa. Su capital, Viena, fue cabeza del Imperio Austro-Húngaro y es una de las matrices del pensamiento jurídico del mundo occidental.

Que a Austria la gobierne un extremismo le agrega una amenaza más al tormentoso momento que vive el mundo.

Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.