Los avances de los medios de comunicación –ahora personalizados y más instantáneos que nunca- han derribado los muros de reserva de la vida privada.
Se ha creado una verdadera industria internacional que explota las andanzas de ciertas vidas privadas. Y se ha montado una industria internacional paralela, donde la materia prima está constituida por el impudor de quienes se exhiben, explotando su intimidad como espectáculo o como mercancía.
Esa industria le imprime celebridad a las aventuras del matrimonio de Icardi con Wanda Nara y le da valor de proverbio a cualquier gansada que lance Pampita o la China Suárez.
Pasando por encima de todos los límites del recato personal, cualquier encuentro sirve para echar a andar versiones con las que se montan programas y se escriben notas de prensa, que no cumplen más función que hacer perder el tiempo.
Por ese camino, en el horizonte van dibujándose modelos nada admirables, que llenan el espacio mental con aventuras tan disparatadas como inmorales, pero que se difunden aureoladas con nombres inscriptos en las marquesinas de la imaginación colectiva.
La explotación pública de la vida privada no es un hábito nacional. Para nuestro país, la industria del chimento íntimo es una importación. Nos llega de la hermana Argentina, donde la frivolidad se adueñó de la industria del entretenimiento, la industria del entretenimiento reemplazó a la cultura… y la política se rebajó a sainete.
Ese descenso del pensamiento serio sólo pueden desearlo los interesados en que la ciudadanía no piense.
Por lo cual, debemos unirnos los que queremos que la vida nacional obedezca a la Constitución, que nos manda ser ciudadanos conscientes y vigilantes, sin dejarnos distraer de la responsabilidad de tomar en serio los minutos que la vida nos presta.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín