Con motivo de la transmisión de mando a operar el sábado 1º de marzo, el Uruguay en estas horas ha vuelto a concitar la atención internacional.

En el panorama de América, llama la atención el orden pacífico con el cual en nuestro país se produce la rotación de los partidos en el gobierno. Es el mismo orden pacífico que regía antes del golpe de Estado de 1973, que restablecimos al recobrar la libertad en 1985, hace precisamente 40 años.

Desde afuera nos singularizan, y hasta nos admiran, por la limpidez de nuestras elecciones, por la espontaneidad de nuestro respeto y por la naturalidad con que los gobiernos se entregan de un partido a otro, sin ruido de sables y sin murmuraciones.

En una América donde nunca faltan dictaduras, es lógico que desde afuera llamemos la atención por nuestra democracia. Pero también sería lógico que, por respetar las instituciones libres, usáramos a la libertad como instrumento para aguzar la sensibilidad, generar pensamiento y abrazar grandes metas que realicen ideales genuinos.

Desgraciadamente, eso nos falta. Y no es por casualidad, ni por caída momentánea. Es por una sucesión de errores que nos han achicado el horizonte. Primero nos invadió el positivismo, que nos acostumbró a no mirar más allá de lo que veíamos y tocábamos. Después llegó el funcionalismo, que no quiere pensamiento profundo sino respuestas inmediatas y prácticas, sin principios y sin grandes proyectos. En medio, se nos colaron juntos el materialismo histórico como explicación teórica y el materialismo economicista del capitalismo.

El resultado es que olvidamos las bases espiritualistas y humanistas que cimentan a la personalidad humana y llenan de sentido a la libertad. Por lo cual tenemos democracia, sí, pero con muy poco protagonismo de la persona y muy poca confianza en la grandeza y la luz del porvenir.

Por tanto, alegrémonos y enorgullezcámonos de que desde afuera nos respeten como democracia, pero, en el mismo gesto, reformemos nuestra manera de escucharnos y de resolver entrecasa. Porque tenemos tragedias y dramas que sólo hemos de vencer si, por encima de izquierdas y derechas, nos unimos para sentir, valorar e idealizar.

Así lo siente y así lo afirma radio Clarín.