El sábado pasado, 24 de febrero, se cumplieron dos años de la invasión de Rusia a Ucrania. El 23 de febrero de 2022 Vladimir Putin lanzaba sus columnas de tanques contra Ucrania, en lo que pretendía ser una invasión relámpago. Pero los planes de Putin se vinieron abajo porque sus tropas se atascaron y no lograron dominar Kiev por la vía rápida. El conflicto pasó a estirarse hacia el sur de Ucrania y la región del Donbás. Dos años después, es una guerra para la que no se vislumbra ninguna posibilidad de paz.
La intención militar de Putin era llegar a Kiev y derrocar en pocas horas a Volodímir Zelenski, un artista cómico convertido en presidente ucraniano, que había buscado integrar la Unión Europea desafiando al Kremlin.
En poco más de 48 horas los primeros militares rusos estaban a las afueras de la capital, pero los errores logísticos de la invasión y, sobre todo, la patriótica resistencia ucraniana hicieron que las tropas rusas nunca dominaran Kiev.
Hoy, al cabo de 732 días de atrocidades, Rusia no es capaz de derrotar al ejército ucraniano y el gobierno de Zelenski no tiene los medios para expulsar al invasor. Los frentes bélicos se han estabilizado y el conflicto se ha convertido en una feroz guerra de trincheras.
Según la Federación Rusa, el Ejército ucraniano tiene 383.000 soldados muertos y heridos. Según Ucrania, los muertos y heridos del bando ruso superan los 372.000. Quiere decir que las víctimas que perdieron la vida o fueron brutalmente lesionadas en estos dos años superan las 755.000 y se acerca a un millón.
A esa medición espeluznante se suma otra, no menos patética: más de cinco millones de personas se han visto obligadas a desplazarse dentro de Ucrania y más de seis millones de ucranianos han tenido que emigrar a la fuerza, buscando refugio fuera de su patria.
Estas cifras son aterradoras por sí mismas… y sin embargo, la guerra de Ucrania ya no está en el primer plano de la cartelera de desgracias, porque la atención mundial tiene otros horrores de los cuales ocuparse, como la invasión terrorista de Hamaas a Israel, la tragedia de Gaza o las nuevas formas de genocidio que sufre Armenia.
Como país, el Uruguay no es protagonista en esas guerras ni participa en cónclaves que puedan terminarlas.
Pero como pueblo, los uruguayos tenemos una obligación: mantener viva y alerta nuestra sensibilidad, dolernos por las víctimas y redoblar la lucha por los derechos de la persona, irguiendo los ideales de paz y fraternidad por encima de los intereses y miserias morales que implican las guerras.
Al fin de cuentas, en la identidad nacional palpita el amor por el ser humano y su libertad.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.