Se multiplican y se apuran los cambios, tanto en el escenario internacional como en el vecindario sudamericano y en nuestro propio Uruguay. Puede decirse que realmente asistimos a una aceleración de la historia, que provoca sorpresas y perplejidades.
¿Quién iba a pensar hace seis meses que el Presidente de EEUU iba a sentirse cómodo dándole la razón a Putin e iba a menospreciar la resistencia de Zelenski a la rusificación de Ucrania?
¿Quién iba a pensar hace un año y medio que la Argentina iba a tener un Presidente votado por el pueblo, que iba a gobernar insultando a los legisladores opositores, vejando a los periodistas críticos y destratando a los artistas que no le rindan pleitesía?
El panorama mundial se compone con guerras inarreglables en Medio Oriente y en el Este europeo, con vuelcos a la derecha en gran parte de Europa, con regreso de las izquierdas en buena parte de nuestra América Latina y con sorpresas en el timón estadounidense, empuñado ahora por un Donald Trump que ha regresado tan destemplado, o más, que en su gobierno anterior.
Ante ese cuadro, son muchos los que optan por no proferir ninguna opinión, sentándose a esperar cómo evolucionan los acontecimientos: es decir, abriéndole crédito a lo incomprensible –como si la vida de los pueblos necesitara herramientas irracionales para conseguir componerse.
Pero un pueblo con real vocación democrática y con auténtica filosofía humanista no debe ceder a la tentación de callar las opiniones y postergar la condena que merecen las volteretas y los extremismos, esperando buenos resultados… como si el fin justificara los medios.
Todo el edificio de la vida en libertad y todo el andamiaje del Estado de Derecho reposan sobre la firmeza de los cimientos. Esos cimientos son los principios. Y los principios no son un capricho de intelectuales, sino una necesidad lógica de todo ser que quiera un mundo libre, pensante y digno.
Por eso, aun si el mundo cruje y los horrores se despeñan, debemos defender la filosofía matriz que le dio basamento a nuestra tradición artiguista y constitucional.
Porque sólo así lograremos, a pesar de todo, ser nosotros mismos.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.