Los episodios criminales de los últimos días desbordan los límites de las crónicas policiales.

         Por disputas de narcotraficantes en barrios pobres, hubo niños lesionados y hasta un muerto con sólo dos años.

         Y por enfrentamiento en una casa lujosa de Punta del Este, una mujer  de 27 años mató a la ex pareja con quien tenía una bebé todavía lactante. El homicidio ocurrió en una mansión millonaria de un barrio caro de Punta del Este. El muerto no era un narco al menudeo, sino un singular “empresario” del cannabis, a quien sus capitalistas canadienses habían denunciado por defalco o estafa.

         Con escasos días de diferencia, esta sucesión de episodios deja a la vista que en el Uruguay no tenemos una ola delictiva enquistada en un grupo social que pueda considerarse marginal y no tenemos sólo asesinatos de hombres a mujeres. Las lesiones y el asesinato se producen entre los que tienen poco y entre los que tienen mucho, de hombre a mujer y de mujer a hombre. Es claro que hay diferencias de cantidad, pero también debe quedar claro que todas las muertes violentas son indeseables.

         Y por encima de todo, es preciso ver claro que estamos ante una enfermedad colectiva del alma, que se contagia en todos los niveles de la economía y de la formación laboral o profesional.

         Una de las desgracias que genera el narcotráfico es la formación de grandes bolsones de apáticos. Y la apatía, la indolencia y el dejarse estar son fuentes de los mayores infortunios.

         Frente a la multiplicación de horrores, con brutalidades y víctimas en todas las edades y todos los niveles, es hora de  responder restableciendo ideales y exigencias.

         Hay una inmensa mayoría nacional que no busca dinero fácil y que repudia el delito. Esa inmensa mayoría quiere para sus hijos, para sus nietos y para el país todo, un futuro de cultura y honradez. Esa inmensa mayoría debe hacerse sentir por encima de partidos y gobiernos, porque la lucha no es sólo contra la delincuencia sino contra una enfermedad colectiva del alma, cuyo primer síntoma es la indiferencia.

         Por todo lo cual, debemos pronunciar en voz alta nuestro repudio a las nuevas formas de degradación que siembra el delito.

         Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.