El señor Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos ventilando la promesa de terminar las guerras de medio Oriente y Ucrania en una semana.

La realidad es que lleva dos meses y sólo consiguió una tregua entre Israel y los terroristas de Hamas, tras la cual se han reanudado las operaciones militares, los bombardeos y las matanzas, con nuevas amenazas iracundas de ambas partes.

En cuanto a Ucrania, no sólo continúa la tragedia de destrucción y matanza. A ella se le agregó el alejamiento de Estados Unidos respecto a sus aliados naturales de Europa, que ya planifican aumentar su armamento para compensar el anunciado retiro del apoyo militar estadounidense.

Nada de esto es buena noticia. Y no basta para compensarlo, el hecho de que ahora Zelenski haya reconstruido su diálogo con Trump, en una llamada telefónica que reabre esperanzas pero no concreta resultados.

La dura realidad es que el mundo está a merced de diligencias, pasiones y caprichos personales. Y eso traiciona la esencia de la enseñanza que la humanidad creyó haber aprendido al terminar la Segunda Guerra Mundial.

Entonces, en el mismo 1945 en que fue derrotado el nazifascismo, las grandes potencias establecieron la Organización de las Naciones Unidas como un centro mundial de paz. Los principios que proclamaron condenaron la guerra como la peor desgracia de la humanidad y afirmaron los derechos de la persona humana como el máximo valor a anhelar y realizar.

Hoy todo eso aparece olvidado entre los hedores de combates que avergüenzan a la condición humana.

Y eso hay que decirlo antes y después de analizar quién tiene razón, o quién tiene más razón, en guerras que más que enfrentamientos resultan afrentas.

Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.