Ayer se nos confirmó que el Censo documentó que, como se temía, el Uruguay está debajo de los tres millones y medio de habitantes.

En nuestro territorio somos tan sólo tres millones cuatrocientos cuarenta y cuatro mil doscientos sesenta y tres seres humanos. Aun sumando la fuerte inmigración que recibimos en los últimos años desde Venezuela, Cuba y la Argentina, en nuestra América Latina somos el país con menos crecimiento y más envejecimiento de su población. Es para preocuparse, y mucho, por lo cual deberemos volver sobre el tema, ya que en él se juegan nuestras esperanzas, nuestra capacidad de alegría y una parte importante de nuestro destino como nación.

Pero ayer se conoció un reclamo sindical que no debe pasar inadvertido, porque patentiza una realidad amarga, que también es parte importante de nuestro destino… como nación… y como personas que somos.

La Asociación de Funcionarios Judiciales anuncia que va a  denunciar ante la Suprema Corte de Justicia, por “violencia y acoso laboral”, a la directora del Departamento de Servicios Administrativos del Poder Judicial y al escribano adjunto al Director. El reclamo gremial incluye el pedido de que se remueva al Director administrativo del Poder Judicial, que no es ni abogado ni escribano,  sino ingeniero informático.

Lo que desencadenó este planteo gremial no es un diferendo salarial ni un conflicto de poderes, sino una tragedia: se suicidó un funcionario. Y fue esa tragedia la que impulsó a los trabajadores del Departamento a firmar la denuncia administrativa, que alude a insultos y malos tratos, hostigamiento a través de las cámaras de vigilancia y exigencia de tener que pedir permiso para ir al baño y hasta tener que ocultarse en el baño para comer.

Esta clase de planteo no se da con frecuencia, pero no debe tomárselo como un caso aislado, singular, que se agote en sí mismo, porque es la proyección trágica de una visible caída del buen trato, que se da no sólo en las relaciones laborales sino en todos los órdenes de la convivencia.

Sí: con la caída de la educación y la cultura, el destrato campea en el tránsito, en la cola del supermercado y hasta en la familia, con lo cual se ambienta un clima de agresividad de la palabra y el gesto mucho antes de llegarse a expresiones físicas.

Todos vemos cómo el amor al prójimo ha sido reemplazado por la grosería y la desconsideración.

Penosamente, el acoso y la violencia laboral son una manifestación más de una caída vertical en el modo de tratarnos.

Por eso, este reclamo de la Asociación de Funcionarios Judiciales no debe pasar inadvertido. Al contrario: debe impelernos, a todos, a pactar con nosotros mismos el mejor trato posible, para que seamos menos de 3 millones y medio en un mundo de 8.000 millones… pero seamos ejemplarmente educados.

Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.