Se cumplen hoy 92 años de un hecho que cambió la historia de nuestro país, pero que casi nadie recuerda en el Uruguay de hoy.

El 31 de marzo de 1933, el Presidente de la República Dr. Gabriel Terra disolvió el Parlamento, mudó su gobierno del Palacio Estévez al Cuartel de Bomberos y desde allí –desde la Plaza de los Treinta y Tres que muchos todavía llamaban Plaza Artola- dispuso apresar opositores y recluirlos en la Isla de Flores.

El Presidente Terra, transformado en dictador, mandó a detener al Dr. Baltasar Brum, que había sido Presidente de la República entre 1919 y 1923. Brum se negó a entregarse a la policía. Y al atardecer de ese mismo 31 de marzo de hace 92 años, acompañado por su esposa y por el Dr. Eduardo Acevedo Álvarez, salió a la puerta de su casa –Río Branco casi Colonia- y allí se suicidó.

La quiebra institucional generó una profunda división en los partidos tradicionales. En el caso del Partido Colorado Batllismo la inmolación de Brum y su multitudinario sepelio anticiparon que la Convención del Partido iba a condenar el golpe. En el caso del Partido Nacional, se separó el herrerismo –que acompañó el golpe de Estado de Terra- y el nacionalismo independiente que se opuso al régimen del Cuartel de bomberos y desde 1934 hasta 1954 pasó veinte años votando en lema separado.

La crudeza de la dictadura instaurada en 1973 hace olvidar hoy lo que le pasó a la República el 31 de marzo de 1933. Y sin embargo, es imperioso recordar esa ruptura institucional que marcó a fuego múltiples generaciones y echó por tierra la ilusión de que en el Uruguay habíamos construido una democracia invulnerable. –

La fantasía de que teníamos asegurada la libertad y las instituciones se rompió contra los golpes de Estado de 1933 y de 1973. Es un deber nacional aprender la lección: la libertad, el Derecho y la paz no se garantizan de una vez y para siempre; son –y deben ser- tarea nuestra de cada día, como pueblo y como ciudadanos.

En un mundo que pervierte los conceptos y atropella los derechos, el alerta personal es un imperativo al que nadie debería sustraerse, pero ante el cual son demasiados los que pasan distraídos.

Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.