Se cumplen hoy 43 años del desembarco argentino en las Islas Malvinas, que desencadenó la guerra con Gran Bretaña, que en dos meses y medio dejó 640 muertos y un número aun mayor de heridos, muchos de ellos mutilados.
En nuestra América, todos debemos evocar con respeto y emoción el sacrificio al que fueron llevados los combatientes rasos, por obra del delirio irresponsable del dictador Gral. Fortunato Galtieri, un alcohólico de infausta memoria.
43 años después de 1982, son muchos los que llevan su destino marcado por aquella guerra que nunca debió haberse intentado.
Dolorosamente, hoy –año 2025- el mundo está malviviendo con guerras tan indeseables como fue la guerra de Malvinas, pero mucho más tecnológicas y mucho más cruentas que lo que fue la lucha por rebautizar a Puerto Stanley y convertirlo en Puerto Argentino.
Todos los días conocemos nuevas brutalidades cometidas en las guerras. El luto de las naciones se transforma en una costumbre que corre el riesgo de anestesiarnos las bases mismas de nuestra sensibilidad y nuestra racionalidad.
Como personas y como naciones, nuestro primer deber es respetar al prójimo y reclamar la paz, por grandes e insolubles que parezcan los conflictos.
El mundo necesita paz para combatir mejor las grandes desgracias que lo aquejan. Y nosotros como individuos necesitamos la paz para no seguir enfermándonos colectivamente con las atrocidades cometidas en Medio Oriente, en Ucrania, y en muchos rincones donde hay guerras sordas pero no por eso menos asesinas.
Por eso, más allá de quién tenga más o menos razón, condenamos la existencia misma de la guerra.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.