La muerte del doctor Juan Andrés Ramírez conmueve al país como Estado de Derecho, como República y como nación.

Ramírez fue un gran catedrático de Derecho Civil, un jurista con ideas claras que no buscó nunca hablar en difícil.

Ramírez fue un gran Ministro del Interior, que salió de la cartera sin máculas ni reproche.

Ramírez fue un honorable militante del Partido Nacional, al que ingresó con la carga de un enorme abolengo y al que sirvió con tanto desinterés como honestidad.

Ramírez fue un senador con convicciones firmes y un candidato a la Presidencia de la República sin ataduras a la vista y sin compromisos subterráneos.

Ramírez fue un gran jefe de familia, un gran trabajador y, por sobre todo, un trabajador incansable, inspirado por los mejores ideales del Derecho y por una modestia radical que lo definía lo mismo en el poder público que en la baranda de un Juzgado.

En una época en la cual es fácil denostar a los hombres públicos y donde la política se convierte en un ganapán, el Dr. Juan Andrés Ramírez Turell encarnó la independencia y la alcurnia que da la idealidad, con plata o sin ella, con triunfos o con derrotas, con éxitos o con fracasos.

El Uruguay siempre dio a luz esta clase de hombres, que por encima de sus definiciones partidarias son auténticos servidores de valores incondicionados: hombres con los cuales se cuenta para mucho, pero no se cuenta para cualquier cosa.

Por eso, a la hora de despedir al profesor doctor Juan Andrés Ramírez nos conmovemos con la grandeza de su gestión humana, estremeciéndonos con la esperanza de que, por encima de sectores, su ejemplo sirva para levantar al país.

Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.