El martes pasado, una investigación periodística de Ignacio Álvarez en su programa La Pecera reveló que la Ministra de Vivienda, Cecilia Cairo –que por el cargo debía dirigir y ordenar la vivienda de los que tienen menos- vivía con su familia en cuatro casas en Pajas Bancas que había construido sin haberlas regularizado, sin haber aportado nada al BPS y sin siquiera haberlas declarado.
Las irregularidades denunciadas llegaron hasta el punto de que para la Contribución Inmobiliaria es simplemente baldío, ya que ni el Gobierno Departamental ni la Dirección Nacional de Catastro fueron informadas de que allí se habían construido cuatro viviendas.
La denuncia periodística tuvo el efecto que podía esperarse. A pesar de que la Ministra inicialmente dijo que no iba a renunciar, terminó presentando su dimisión, que le fue aceptada por el Presidente Yamandú Orsi según el mismo comunicó en un tuit ceñido y parco.
La involucrada terminó perdiendo el cargo, como correspondía. Pero el episodio no debe darse por concluido ni debe quedar encerrado en los límites de una anécdota más dentro del inventario de los pecados políticos de estas décadas.
Este traspié no es el primero que hace tropezar a un Presidente. Pero si queremos ser una democracia sólida y madura, no podemos consolarnos con la lista de pecados anteriores para justificar los de hoy. Por el contrario: debemos elevarnos del caso particular a las normas que deben vacunar al país contra esta clase de bochornos.
Definitivamente, antes de designar a un Ministro, los Presidentes de la República y los dirigentes responsables de los partidos deben revisar a fondo los antecedentes personales del que va a ser ungido.
Y el propio ciudadano o ciudadana, antes de aceptar -antes de quedar expuesto en el escenario público- debe pasar en limpio su conciencia, midiéndola con las normas legales, constitucionales y morales que rigen a la República.
En última instancia, el sistema republicano requiere que cultivemos juntos la virtud ciudadana. La vida nos enseña a todos que nadie asciende a la virtud si se perdona a sí mismo demasiado.
Eso lo siente nuestro pueblo hasta por intuición, según demuestra el repudio que concitó la ex Ministra por encima de partidos y militancias. Ese repudio se funda en que el Uruguay siente valores institucionales que lo unen muy por encima de los elencos políticos de turno.
Por eso, y por muchas razones más, el episodio Cairo no debe apagarse en el breviario de enseñanzas que necesita el Uruguay para resurgir, como ambicionamos todos.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.