En la madrugada de ayer los vecinos del barrio Peñarol oyeron detonaciones. No les llamaron la atención: están acostumbrados, el ruido de las armas de fuego se integró al paisaje sonoro de esa barriada y de otras muchas.
Pero esta vez, como tantas otras, no hubo sólo ruido a balazos. Además, las balas hirieron hasta matar. En la esquina de Soria y Aranguá, la policía encontró a un joven de 23 años, acribillado por nueve proyectiles, que dieron en el abdomen, la espalda, el cuello y los antebrazos, con esa crueldad que es típica de las balaceras del submundo del narcotráfico.
La crónica de El País consigna que “a pocas cuadras del lugar, por Camino Máximo Santos, funcionan varias bocas de venta de drogas que han sido motivo de varias disputas territoriales, según indicaron residentes de la zona y confirmaron fuentes policiales”.
Al mismo tiempo, señala El País que lamentablemente este tipo de crímenes está convirtiéndose en normal, por lo cual “a primera vista no parecía haber ocurrido un homicidio hacía pocas horas”, pero en los vecinos “volvieron a encenderse las alarmas”, ante lo que podría ser el comienzo de una nueva escalada de violencia, que se sumaría a las múltiples que el barrio ha soportado por enfrentamiento entre bandas rivales.
Un vecino declaró: «Hace tiempo que no había un asesinato, pero lo que se ve todo el tiempo es muchas armas por la calle. Nunca sabés cuando te están apuntando con un arma real».
Y otro vecino le dijo a El País: «Al final los vecinos somos los que nos guardamos y los delincuentes siguen afuera, en la calle». La frase refleja una dura realidad que anticipó la lucidez del Dr. Jorge Batlle, que hace 20 años hizo ver que, parta protegerse, la gente honrada estaba cada vez más encerrada entre rejas mientras los delincuentes seguían sueltos.
La dolorosa realidad es que se han sucedido gobiernos de distinto signo político, pero las bocas de droga siguen abiertas, las cuentas entre los narcos se cobran a balazos y el miedo colectivo avanza peligrosamente.
Contra este cuadro debemos unirnos sin más demora.
Somos inmensa mayoría los que ni nos drogamos ni traficamos sustancias prohibidas ni nos enredamos en el sucio tráfico de los psicotrópicos ilegales.
Esa inmensa mayoría es una víctima cuyos derechos debemos restablecer, sin resignarnos a que la infamia parezca normal.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.