El segundo domingo de mayo está marcado en el Uruguay como el día de la Madre.

No es una festividad que provenga del santoral ni de la consagración institucional.

Igual que el Día del Padre o el Día del Niño, el Día de la Madre es una fecha establecida por el comercio, para incentivar las ventas. Tan es así que en este año 2.025, quien decretó el cambio del pasado domingo 11 por el venidero domingo 18 de mayo, no fue una autoridad del Estado sino la Cámara Nacional de Comercio y Servicios, institución privada que agrupa a los empresarios mercantiles.

Pero a pesar de ese origen comercial, el Día de la Madre es sentido como una fecha espiritual, en la cual hacen eclosión los sentimientos: es Día para el reencuentro con la madre que está viva y es Día para el recuerdo plenario con la madre que murió.

En rigor, el Día de la Madre es el Día de los mejores sentimientos primarios que la mujer y el hombre debemos conservar y cultivar, para responder con energía a una época en que la sensibilidad se achata y se deforma, distorsionando y hasta ahogando la espontaneidad que deben tener los afectos genuinos.

Cuando se plantean campañas por la salud mental y cuando se nutren las redes con toda suerte de planteos psicológicos y psiquiátricos, nada resulta más aleccionador y estimulante que volver la mirada a lo que nos imprimió la madre, muchas veces venciendo sus miedos y tratando de interrogar a los misterios.

Por todo eso, el Día de la Madre es no sólo una fecha para regalar lo que cada uno puede. Es una fecha para alimentar las bases de nuestra vida, nunca del todo fáciles, nunca del todo cómodas, nunca del todo firmes, pero siempre valiosas como oportunidad para ascender lo más posible al Bien y combatir lo más posible los muchos males que atormentan al ser humano, en su irrepetible aquí y ahora.

Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.