La conferencia que el lunes pasado pronunció Mario Alonso Puig no merece pasar inadvertida.
Y no merece pasar inadvertida, porque fue un éxito fuera de lo común. Llenó la sala mayor del auditorio nacional Adela Reta. Convocó a más de un millar de personas que siguieron sus tres horas de oratoria y participaron activamente en los ejercicios que propuso.
Pero más que la gran acogida de público, merecen apoyo público los conceptos que vertió el Dr. Alonso Puig. Y sobre todo, merece atención el creciente interés que, en el Uruguay y en el mundo, se aplica a las potencialidades del espíritu personal.
En una época en que avanzan los automatismos, en tiempos en que los teclados ocupan el lugar del encuentro interpersonal y campea la deshumanización, resulta altamente expresivo que haya público que llene el teatro mayor de Montevideo para adentrarse en la condición humana.
Los anuncios establecían que “El objetivo de esta conferencia es acompañarte a que descubras esa fuerza interior capaz de despertar la ilusión, potenciar la confianza y encontrar un camino hacia la claridad mental necesaria, para transformar lo que parece imposible, en posible”. La conferencia fue más allá de lo que anunciaba, ya que su exaltación de las potencialidades de la criatura humana se nutrió con principios de sabiduría general y especialmente, con filosofía.
Efectivamente, lo que asoma detrás del éxito de taquilla y del aplauso cariñoso que obtiene en España y América el Dr. Alonso Puig es el hambre de orientación valorativa, la sed individual de encontrarse con uno mismo y la angustia de soledad que nos invade por habernos dejado aplastar bajo el cúmulo de noticias atroces y por haber soportado más de un siglo aguantando diagnósticos materialistas y deterministas que siembran a manos llenas el descreimiento y la desesperanza.
La expansión de la persona es una necesidad básica del sistema democrático que organiza la Constitución de nuestra República Oriental del Uruguay, que reposa sobre derechos, deberes y garantías anteriores a las leyes escritas, como muy bien establece el art. 72 de nuestra Carta Magna.
En definitiva, los trovadores internacionales del ideario humano hacen mucho más que levantar el ánimo y proyectar influencia: siembran ideas viejas y nuevas a partir de las cuales asumir nuestras responsabilidades de seres libres.
Y esa es una necesidad de orden público, que está más allá de las divisiones políticas y las polémicas de izquierdas y derechas.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.