Como se sabe, la Corte Suprema de Justicia de la República Argentina confirmó por unanimidad la condena pronunciada en dos instancias, por los robos al Estado que perpetró Cristina Fernández de Kirchner en los períodos en que fue Presidente de la Nación, en connivencia con un tropel de secuaces que también fueron condenados.

La condena a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para desempeñar cargos públicos fue pronunciada tras un larguísimo proceso efectuado con las máximas garantías, en el cual los defensores intentaron entorpecerlo con toda suerte de chicanas.

La viuda de Kirchner no es una presa política. Es una política presa: presa por delitos comunes, presa por ladrona, probadamente ladrona en las licitaciones por obras públicas amañadas y coimeadas por las cuales desde ayer quedó ilevantablemente condenada; y probadamente ladrona en otros juicios –como el de Hotesur- que están pendientes de que se dicten más condenas..

Para todo Estado de Derecho, la condena a un ex gobernante es la expresión genuina del principio humano que nos hace a todos iguales ante la ley. Pero para la democracia, que haya gobernantes corrompidos es una traición y un flagelo, porque todo el sistema democrático-republicano reposa sobre la reciprocidad en el respeto y, como hace tres siglos enseñó Montesquieu, en la virtud de los ciudadanos.

Dolorosamente, ese principio se olvida cuando se inyecta el odio al otro y el fanatismo, por lo cual se instalan liderazgos cuyo carisma sobrevive a las pruebas de sus delitos, merced a que forman fanáticos que los siguen ciegamente: en el pasado ocurrió con Perón y su viuda y hoy está ocurriendo con Kirchner y su viuda. Instalaron gobiernos impresentablemente demagógicos y le abrieron las puertas a una reacción intolerante e insultante.

Para nuestra América Latina, la confirmación judicial de los negociados confirmados en el orden de mil millones de dólares implica un bochorno internacional.

Y para nosotros en el Uruguay, deben ser un alerta que nos haga razonables y sólidos en la construcción de la excelencia democrático-republicana, de modo que podamos seguir siendo admirados desde afuera… pero no como un modelo al que envejece la inmovilidad, sino como un ejemplo vivo de vigilancia permanente, artiguista, de nosotros mismos.

Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.