Las crónicas policiales –de estos días, de estos meses y de estos años…- aparecen tupidas de robos, rapiñas y crímenes vinculados a la drogadicción y el narcotráfico.
Por competencia entre bandas, se balean familias y se hiere y mata a jóvenes, adolescentes y hasta bebés. ¡Y todo ese horror se presenta con tal frecuencia y con tal indiferencia que se proyecta la sensación de que todo eso es natural, explicable y normal!
En este contexto, resulta fácil sembrar la idea pesimista –entregada- de que hay que resignarse, porque el mundo actual obliga a todos a convivir con las pasiones bajas, las drogas y el crimen primorosamente organizado por el narcotráfico.
Pues bien. Tenemos el deber de preguntarnos si ese pesimismo y esa entrega se justifican. Tenemos el deber de mirar de frente la clase de vida que espera a nuestros hijos y nuestros nietos, si las naciones y los Estados se dejan colonizar por la drogadicción, que empieza en las bebidas que se hacen llamar “energizantes”, sigue por la marihuana y escala rápidamente hacia alucinógenos imbecilizantes.
Frente a todo eso, tenemos el deber de abrazar el ideal de salud física, mental, emocional y espiritual. Tenemos el deber de afirmar que hay valores incondicionados que nos definen como personas humanas, sabedoras de que cometemos errores y sufrimos retrocesos, pero sentimos el mandamiento universal de amarnos –o por lo menos respetarnos- como prójimos.
En el Uruguay, la droga no es sólo un tema policial. Es una tragedia íntima que corroe familias ricas y pobres, abundosas y carenciadas… Es una tragedia para la cual no hay suficientes hospitales públicos ni clínicas privadas. Es una tragedia que debemos encarar con creatividad y fe, proclamando ideales nobles que, al levantar los ánimos, son la única valla infranqueable que detiene la droga en las puertas de la conciencia.
La drogadicción y el narcotráfico, igual que las guerras, no son el fruto mecánico de una evolución social supuestamente imparable. Son el resultado de sucesivas caídas que arrinconaron y esterilizaron los ideales de salud y vida. Por eso, no hay que resignarse. Y no hay que dejar solos los muchos que luchan por salir del infierno de las drogas, vivido por dentro o vivido desde los adentros de un ser querido, como si fuera propio.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.