EDITORIAL 461 jueves 26.06.25
El narcotráfico internacional atraviesa nuestras fronteras y genera tentáculos con toda clase de consecuencias de gran escala. Ha obligado a potenciar la lucha contra el crimen organizado, ha impuesto la creación de fiscalías y juzgados, nos ha hecho convivir con altos funcionarios patéticamente amenazados.
Más aun: por efecto de las andanzas de un narco uruguayo que estaba preso en Dubái combinadas con errores propios, cayeron Ministros y una Viceministra.
Todo eso corresponde a la dimensión macro del negocio, abyecto pero grande, de las sustancias narcóticas.
Pero esas sustancias producen no sólo los efectos de las enormidades de su tráfico. Además, y sobre todo, producen los efectos de los daños personales e íntimos, que agobian a las personas, destrozan a las familias y envilecen la vida de la comunidad.
Sí: por causa de las drogas se balea y se asesina a jóvenes de 20 años y por causa de las drogas se hiere y se mata a adolescentes y a niños.
Eso no ocurre sólo por venganza entre bandas. También sucede por degeneración de los sentimientos, provocando tragedias en que un hijo drogadicto mata salvajemente a su madre ya anciana o en que una madre joven asesina a golpes a una hijita con menos de un año y hiere sin frenos a la hermanita melliza.
Ante todo esto, no basta la ley penal. Hace falta la reeducación de los sentimientos, hace falta la siembra de luz espiritual por encima de todas las diferencias.
Nuestro Uruguay necesita levantar el espíritu, de una cruzada patriótica de bien común, fundada en el amor y el respeto al prójimo. Esa necesidad es anterior al Derecho y va mucho más allá de conseguir o no consensos políticos.
Porque si nos resignamos a considerar normales las tragedias con que estamos conviviendo, perderemos la esencia de nosotros mismos. Y eso es todo lo contrario de lo que necesita la dignidad personal y nacional.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.