Hoy se cumplen 249 años de la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos de América, ocurrida el 4 de julio de 1776.

Es una fecha que merece recordarse en el Uruguay, no por la simpatía o la antipatía que se tenga por la nación norteamericana, llena de éxitos espectaculares pero no exenta de arbitrariedades, errores y decisiones que cuestan vidas inocentes.

Por encima de aciertos y errores, hay una razón muy profunda para no pasar por alto el 4 de julio: es que las Instrucciones del Año XIII -el máximo documento artiguista- tuvieron como fuente principal al texto de la Constitución estadounidense.

La idea básica de “promover la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable” surgió de una cruza de Enciclopedia francesa y reclamo de los pobladores de la América del Norte.

La idea no nació como libertad de puertos ni como libertad de comercio ni como garantía del comercio internacional. Nada de eso: la noción de libertad se abrió paso y se consagró como libertad de pensamiento, como libertad civil y como libertad religiosa.

Dicho de otra manera: la libertad nació como derecho de la persona que es, que siente, que piensa y que planifica su propia vida: es decir, como libertad de lo que la persona es y quiere ser, no surgió como herramienta de lo que se tiene ni de lucha por tener más, sino como garantía frente a la intolerancia de ideas.

A la hora de rendir homenaje a todo lo que Estados Unidos hizo bien y de reconocer sin ambages todo lo que hizo y está haciendo mal en estas horas –bajo la conducción de un gobernante imprevisible y atrabiliario-, nosotros, como uruguayos, debemos reafirmar nuestra adhesión incondicional a la libertad de ser, pensar y sentir, sin confundirla con la libertad de comercio.

Porque para toda persona bien hecha, la principal libertad es ser ella misma.

Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.