En las próximas horas han de vencer los plazos constitucionales para plebiscitar, junto con las elecciones nacionales del domingo 27 de octubre, las reformas constitucionales cuyos proyectos hayan alcanzado el número de firmas necesarias.
Es notorio que la reforma constitucional jubilatoria habría superado las 270.000 firmas necesarias. En cambio, desde principios de esta semana se divulgó que faltarían alrededor de 40.000 voluntades para que pueda plebiscitarse el proyecto “Contra la usura y por una Deuda Justa”, que limitaría los intereses que actualmente cobran las financieras y las tarjetas de crédito. Fuera de esas dos iniciativas, hay otras que van a quedar por el camino por falta de firmas.
Ahora bien. Antes de que la Corte Electoral confirme qué proyectos van a plebiscitarse y cuáles no, y antes que se sepa qué destino definitivo les dará en las urnas, la conciencia colectiva debe preguntarse qué razón hay para que sea cada vez más frecuente que se presenten proyectos de reforma constitucional para resolver temas que son típicos de las leyes comunes, tales como el sistema de jubilaciones generales o los límites de los intereses del dinero.
Si queremos madurar y progresar como democracia, no debemos escaparle a esa reflexión, para la cual surgen aportes tan elevados y sensatos como el que formula el doctor Hoenir Sarthou en el semanario Voces.
El distinguido jurista y pensador independiente señala, con toda razón, que a los elencos “político-partidarios le molestan los plebiscitos” “porque llevan implícita una denuncia de la falta de voluntad o de capacidad del sistema representativo para dar solución a demandas de los ciudadanos.”
Tiene razón el Dr. Sarthou. Y lo que plantea que es grave, porque una democracia robusta necesita que los representantes del pueblo, los parlamentarios y los gobernantes, escuchen, atiendan y resuelvan lo que hace falta sobre cada tema.
Si en vez de eso, dejan asuntos sin resolver –como es el caso de la usura-, generan vacíos que provocan intentos de reformas constitucionales que, aprobadas o no, distraen y deforman el camino natural de la democracia, que es el de la realización de la voluntad popular no sólo cuando la ciudadanía se expresa en plebiscito, sino también cuando la opinión pública discute y forma consensos en la calle.
En eso, tenemos mucho que mejorar. Y es bueno que nos preocupemos de lograrlo, más allá del destino de cada plebiscito.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.