A 15 mil kilómetros de distancia, pero sintiéndolo cerca, Israel, Hamás y Gaza acordaron poner fin a la masacre, con devolución de rehenes y plan de paz.

Es un éxito para Donald Trump, inhumano cuando deporta, sobrehumano en sus ráfagas de visionario.

Es un alivio para la humanidad, que se hartó de ver pisoteado el Derecho Internacional, se hartó de confirmar la ineficiencia de la ONU y se hartó de soportar el cierre de los corredores humanitarios y el inventario diario de las víctimas civiles.

Hacemos bien en regocijarnos con el renacimiento de las esperanzas de una vida ordenada y pacífica en Medio Oriente, cuna de religiones que no debieron ser jamás protagonistas de violaciones bélicas del mandamiento de no matar.

Eso sí: la alegría del cese de las hostilidades no debe distraernos de la conciencia de que si se llegó a estos horrores fue por violación de las reglas de Derecho, por lo cual no ha de bastar con devolver rehenes vivos y muertos ni tampoco ha de bastar con reconstruir las ciudades de la franja de Gaza. Además, y sobre todo, hace falta reconstruir el Derecho, no tanto como doctrina que a veces se pone abstrusa e incomprensible, sino como instrumento de comprensión y acercamiento entre las personas y las naciones, por encima de todas sus diferencias.

Hace largas décadas que se han injertado en Occidente –y obviamente, también en nuestro Uruguayteorías que sostienen que el conflicto es normal, que la lucha de intereses es inevitable y que desde las huelgas hasta las guerras tienen su explicación; con lo cual, a fuerza de todo explicar terminan justificando todo… empujando a aceptar salvajadas como si fueran hechos naturales.

En la hora de celebrar el cese del fuego en Medio Oriente, debemos celebrar redoblando la lucha por la persona y por el Derecho, que son los grandes pisoteados de toda guerra.

Así lo mandan las bases mismas de la Constitución de la República.

Y así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.