Como parte de la antepenúltima fecha del torneo Clausura, el próximo sábado van a jugar los equipos de Cerro y Peñarol en el estadio Luis Tróccoli.
El cotejo se disputará sin público visitante, según recomendó el Ministerio del Interior, y se aceptó, en una reunión realizada por autoridades de la cartera con dirigentes de los equipos y la Asociación Uruguaya de Fútbol.
La gente de Cerro estaba dispuesta a entregar nada menos que siete mil entradas a los carboneros, pero al final sólo podrán ingresar 15 dirigentes carboneros por razones de seguridad.
En el informe realizado tras la revisación policial pertinente, se señaló que: los plazos son demasiado exiguos para organizar un operativo para tanto público, que los alambrados no soportan tanta gente, que en los alrededores hay mucha piedra y escombro para limpiarlo en tiempo y forma, y que los buses no tienen margen para doblar desde la ruta al acceso visitante.
A esas consideraciones sobre la cancha y sus derredores, el Ministerio del Interior sumó que la zona en que está emplazada la cancha de Cerro «presenta un permanente índice delictivo violento, como homicidios, lesiones graves, copamientos, extorsiones, rapiñas, hurtos y disparos de arma de fuego».
Es obvio, pues, las razones de seguridad que imponen que el partido haya de disputarse sin público visitante son razones que existen y tienen peso, pero eso no debe amortiguar el dolor que la decisión nos impone: es dolor por la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser –como cantó Gardel- y es dolor porque el Uruguay que fue cuatro veces campeón mundial de fútbol no se educó para esta clase de bochornos.
Que haya que jugar los partidos a puertas cerradas o sin público visitante, indica un retroceso de la civilización a la barbarie.
Para nuestra sociedad civil equivale a un certificado de mala conducta, expedido por el Ministerio del Interior en una época en que estamos –todos- malviviendo entre uno o más homicidios por día y estamos –todos- topándonos con zombis que deambulan y mendigan, destruidos por la drogadicción.
Lo cual acusa no sólo a los delincuentes, sino a los gobernantes y los gobernados que no estamos librando la lucha de cultura y valores que nos impone un concepto humanista de la dignidad humana y la libertad política.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.