Ayer, 14 de mayo, el Club Nacional de Fútbol celebró los 125 años de su fundación. Siendo uno de los dos clubes más populares de la República y habiendo conquistado innumerables títulos, cumplir un siglo y cuarto pudo y debió ser sólo una fiesta para regocijar el alma de los hinchas y para recibir el respeto y hasta el cariño de sus adversarios.

          Dolorosamente, no fue así. Durante los festejos se produjo un tiroteo en el cual tres personas resultaron heridas y una de ellas murió de un balazo en el tórax..

          La  víctima fatal era un hombre joven, de 37 años, sin antecedentes penales, que vivía a una cuadra y media de la sede tricolor. Ese ciudadano fue al festejo después de cenar con su familia.

          Hasta ahora, la principal hipótesis que manejan las autoridades es que se trató de un tema interno entre algunos hinchas de Nacional y el fallecido no  estaría involucrado con los problemas de los demás hinchas. De hecho, los otros dos hombres que fueron baleados no radicaron denuncia por lesiones y poseen antecedentes penales.

          Todos debemos preguntarnos a dónde va un país en el cual el alegre festejo del aniversario de uno de sus dos principales clubes de fútbol se enluta con una balacera que desemboca en el asesinato de un ciudadano que sólo quiso adherir a la celebración. ¿A dónde vamos con crímenes de esta laya?

          Preguntarlo es contestarlo. A nada bueno puede ir un país que se embadurna sus alegrías populares con violencia, odio y balas. Por esa vía sólo puede marchar hacia una debacle socio–cultural, fomentada por la caída de la educación en sentimientos y valores, cuya vigencia es  base que forma a la persona por dentro y por fuera.

          Ante este cuadro, todos -desde el Estado hasta el más humilde de los ciudadanos- tenemos la obligación de asumir que llegó la hora de volver a empezar, la hora de abrazar una meta alta y orientadora de la convivencia en paz, en orden, donde los buenos sentimientos reinen por encima de las bajezas y ruindades que nos llevan a sucumbir entre el miedo y el fango.

          Si no nos planteamos esa alternativa, no esperemos que se produzca por sí solo el milagro de volver a convivir como el homo sapiens que debemos ser.

          Crímenes como el de antenoche no son anécdotas naturales que se olvidan enseguida. Son la confirmación del peligro que enfrentamos, de alejarnos cada vez más del homo sapiens que debemos ser y caer cada vez más en el homo brutus –“el hombre, lobo del hombre”- que no debemos ser ni queremos aceptar.

          Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.