Julian Assange acaba de lograr la libertad, de la que estuvo privado doce años por publicar desde Australia documentos secretos de los Estados Unidos, en escala incomparablemente mayor que la de los espías de cualquier otra época.

Como fundador de Wickileaks –noticia por goteo- acaparó la atención del mundo, a medida que sus revelaciones alcanzaban a gobernantes de países remotos y manchaban a protagonistas públicos de las más variadas funciones.

Gracias a ese trabajo, el mundo conoció entretelones y miserias. El señor Assange le hizo un gran servicio al periodismo, a la libertad de prensa y a la libertad a secas.

Consiguió la libertad, en un acuerdo judicial que terminó firmando en el Juzgado estadounidense de un remoto confín del Océano Pacífico. En el lenguaje nuestro, le dieron por compurgada la condena con la reclusión que, mientras se discutía su extradición a EEUU, sufrió 7 años como asilado dentro de la Embajada Ecuatoriana en Gran Bretaña y soportó 5 años más como preso en la cárcel londinense de Belmarsh.

La libertad personal del señor Assange constituye una alegría para él personalmente y para todos los que sentimos la desproporción y brutalidad con que inicialmente apareció amenazado por una condena a  cadena perpetua y hasta a pena de muerte.

Pero el acuerdo no puede alegrar a naciones como la nuestra, que amamos y valoramos la libertad de prensa, ya que el señor Assange quedó libre a cambio de haber conspirado para violar la Ley de Espionaje al “recibir y obtener” documentos secretos. y “comunicarlos voluntariamente” “a personas que no tenían derecho a recibirlos”.

Nuestra filosofía de vida es diferente. Para nuestras costumbres, los funcionarios cumplen su deber cuando guardan  secreto sobre documentos que la ley califica como reservados, pero todos sentimos que el periodismo cumple también su deber cuando revela públicamente esos documentos, por lo cual no sería propio de nuestra República tipificar delitos a quien ejerce la libertad de prensa exponiendo lo que estuvo oculto.  Eso ocurrió bajo las dictaduras que en el pasado sufrimos acá, pero, entonces y ahora, en cada caso todos percibimos que se incurrió en un atropello.

Celebremos, pues, que al cabo de más de doce años el señor Assange terminó su odisea.

Celebremos la valentía con que enfrentó las consecuencias de su defensa de la libertad.

Y no aceptemos la confesión que le obligaron a firmar ni dejemos que esta aberración se constituya en un precedente nefasto para la libertad.

Así los siente y así lo afirma Radio Clarín.