El Uruguay ejecutó ayer la primera etapa del proceso electoral que la Constitución dispone cumplir cada cinco años.
Ese proceso se diseñó en 1996 y resultó largo. Demasiado largo: en el calendario, insume un año; pero en los hechos, se devora un año y medio de la energía política.
Desde hoy, primero de julio, hemos de vivir la etapa mayor, con la elección de primera vuelta el domingo 27 de octubre y la eventual definición presidencial en segunda vuelta, fijada para el domingo 24 de noviembre.
Es un mérito nacional que ayer la votación volviera a cumplirse a la uruguaya: sin incidentes, en orden y en paz. Aprendimos a respetarnos desde que quedó sellada la paz de Octubre de 1904.
Ese mérito le es reconocido internacionalmente al Uruguay y en ello abrigamos un gran bien. Pero no basta, porque además de respetar el derecho del otro a votar lo que quiera, debemos educarnos para escuchar al adversario como una parte de nosotros mismos.
En las campañas electorales, es natural subrayar las diferencias de unos y otros. Pero en la continuidad de la vida, debemos esforzarnos por fortalecer los puntos en común y debemos discutir con fuerza.
Discutir con vigor y discutir con fuerza, sí, pero no para vencer y destruir al otro, no para pelear por quién tiene razón sino para averiguar juntos cuál es la razón, cuál es el mayor bien posible, dónde está el interés general y cómo se puede construir el bien común.
Ante el cuadro mundial que hoy se nos presenta repleto de amenazas y brutalidades, nosotros debemos afirmar principios y profundizar razones para ampliar el horizonte de la siembra.
Eso no se hará encerrándonos en intereses propios o de clase ni encerrándonos en la miopía fanática de negarle al otro toda verdad y todo mérito.
El encuentro fraterno con el otro es el programa esencial de la persona humana.
Y de ese encuentro fraterno depende que lleguemos a ser nosotros mismos, como sigue ordenando Artigas desde el fondo de la historia que fue y que vendrá.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.