En estas horas, las cifras surgidas de la votación del domingo motivan interpretaciones y comentarios de todo tipo.
Aparecen conclusiones obvias: por ejemplo, comparando las elecciones internas de anteayer con las del año 2019, se advierte que concurrió menos gente a sufragar, que el Frente Amplio creció en número de votantes y que los demás partidos decrecieron, a pesar de lo cual la suma de los votos de la coalición gobernante supera al total de los votos frenteamplistas.
Los analistas separan por Departamentos, los protagonistas discriminan por listas y, sumando distinciones, la atención pública se encamina a comentar lo que pasó y a pronosticar –o adivinar- qué puede pasar en octubre y en noviembre.
Es así como hoy, loa agenda de los medios de comunicación se arma con la glosa de los datos que arrojó el escrutinio: son datos frescos, que tientan como pan recién salido del horno.
Ahora bien. Una nación que se cimenta en el culto de la libertad y de la personalidad se expresa en las urnas, pero no se agota en ellas.
Es que tenemos una expresión democrática anterior y posterior a ir a las urnas: el deber de pensar, de expresarnos en voz alta y de reflexionar oyendo a los propios y los ajenos -a los correligionarios y a los adversarios, afinando día a día el ideal de vida personal y colectivo.
Una falla de nuestro actual sistema de vida es buscar las señales del porvenir en los datos, sea dee las votaciones, sea de la economía, sea de la estadística.
Con eso, nos encerramos en ocuparnos más de lo que ES que de lo que DEBE SER, postergando y hasta abandonando las ideas, los propósitos y los sueños en común.
Desde hace largas décadas, el Uruguay se acostumbró a vivir mucho más aplastado por los datos que inspirado por los ideales. La libertad, la justicia, la legalidad y el amor al prójimo se redujeron a declamaciones abstractas y dejaron de ser mandamientos concretos y exigibles.
El resultado es una angustia colectiva que no se conjura sumando datos, ni comentarios sobre datos, porque requiere una gran remontada del espíritu público.
Y eso no dependerá tanto de quienes ejerzan el poder como de quienes, en el llano, hagan aletear el espíritu desde el arte, la filosofía y las fuentes de valores que le dan permanencia a la condición humana y le confirman su parentesco con la perennidad.
Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.