En la madrugada de ayer domingo, diez personas murieron en el incendio que arrasó un centro residencial de ancianos en la ciudad de Treinta y Tres.

Faltaba un poco más de una hora para terminar el turno de la única funcionaria del “Residencial Adulto Mayor” de la ciudad de Treinta y Tres. La joven mujer, de unos 30 años, miró el reloj. Faltaba una media hora para las seis de mañana.

Una residente pidió para ser higienizada. No era habitual porque a esa hora los 10 internos del residencial duermen profundamente. La funcionaria la llevó al baño. Habrá demorado apenas unos 20 minutos en la tarea. Cuando salió del baño junto con la anciana, la empleada observó un gran humo que envolvía a los dormitorios del residencial. Sacó hacia el exterior a la anciana que había atendido y regresó al inmueble por otro adulto mayor. Logró sacarlo. No pudo volver al residencial. El humo la había intoxicado.

Minutos más tarde, llegaron los policías y Bomberos. Los agentes se dividieron con el objetivo de atender a los residentes que se encontraban en las camas, mientras que los bomberos sofocaron el foco ígneo. Siete adultos mayores, que estaban acostados en sus camas, ya habían muerto, intoxicados por el humo.

Bien señaló Eduardo Barreneche en la crónica de El País, “la muerte de estos 10 adultos mayores -de entre 65 y 96 años- se transformó en una tragedia para Treinta y Tres y para el país, pues se trata del mayor accidente ocurrido en un residencial en la historia del Uruguay.”

Un amargo sentimiento de tragedia evitable  debe estremecernos a todos, porque siempre que entran los fríos reaparecen, patéticamente, los incendios con víctimas indefensas cuyo destino queda sellado por alguna omisión, alguna imprudencia o alguna impericia.

La trágica muerte de los ancianos de Treinta y Tres nos interpela a todos, reclamándonos más cuidado, más precisión y más autoexigencia; y diciéndonos a voz en cuello que debemos recuperar los cuidados personales de entrecasa, en familia o en comunidad de amigos y vecinos.

Las investigaciones de la policía y del Ministerio de Salud Pública dirán qué causó la inmensa desgracia.

Pero la conciencia de cada uno de nosotros deberá reclamarnos que le demos a nuestros adultos mayores el trato humano que merecen, en vez de deshacernos de nuestra responsabilidad en el cumplimiento del mandato de amor al prójimo, que no tiene ni debe tener límite de edad.

Así lo siente y así lo afirma Radio Clarín.